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El Telégrafo

Solidaridad a nuestro alcance

02 de mayo de 2012

Las informaciones se suceden, nuevas, cada día, y las unas nos hacen olvidar las otras. Nos es difícil discernir lo que construye la vida y la fraternidad. Estos días una de estas noticias me llamó la atención: Pequeños grupos de personas hacen plantones mensuales frente a las alcaldías de muchas ciudades de Francia a favor de la legalización de los extranjeros sin papeles. Pasan una hora en silencio frente a un cartel grande que dice: Nadie es extranjero –

Todos somos hermanos. Pensé en las madres y abuelas de la Plaza de Mayo de Buenos Aires en Argentina, que pasaron años hasta mover la solidaridad de sus compatriotas y lograr saber de la existencia de un número significativos de sus nietos.

No es difícil hacer un plantón de una hora cada semana o cada mes. No es difícil repartir hojas volantes explicando por qué motivos se protesta. No es difícil poner a la vista un cartelón que llame la atención a cada transeúnte. Pero ¡cuántas veces preferimos callar y dejar que la injusticia siga campante! Gandhi, el profeta de la no violencia, decía: “Me entristece más la pasividad de los buenos que la maldad de los malos”.

Nos quejamos con razón de muchas situaciones que andan mal entre nosotros. Pero nos quedamos en el lamento y nos pasamos la vida viviendo a medias y viendo crecer las injusticias. Muchas veces esperamos que sean otros los  que protesten y nos desinteresamos de ellos y hasta los criticamos: “No me concierne. ¡Allá ellos!”, cuando nos invitan a pequeños actos de protesta solidaria.

Todo lo que afecta a los demás, nos afecta también a nosotros, pues somos una sola familia humana. Toda injusticia ajena destruye nuestra propia dignidad. Nuestra pasividad ante los atropellos hace que lo inhumano se apodere de nuestra sociedad. Nuestras autoridades hacen lo que les dejamos hacer y cumplen lo que les obligamos a cumplir.

Los cristianos reconocemos la presencia de Cristo en todo aquel que es atropellado, golpeado, excluido: “Tenía hambre y me dieron de comer; era extranjero y me acogieron en sus casas… Cada vez que lo hicieron con alguno de estos pequeños míos, conmigo lo hicieron”. Esta es la parábola de Jesús sobre el juicio final y nos recuerda la revisión de vida que nos tocará pasar a cada uno y cada una de nosotros y nosotras.

Agradecemos a las y los que nos muestran un camino de solidaridad y dignidad y decidámonos a juntarnos en pequeñas acciones que, con la constancia y sencillez, transforman las personas y la sociedad.

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