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El Telégrafo
Patricia Hidalgo. Directora Escuela de Comunicación / UIDE

Sobre la (tan) discutida libertad de expresión

01 de septiembre de 2022

Con el reciente veto parcial del presidente de la República a la Ley de Comunicación, se instaló nuevamente el debate sobre qué es libertad de expresión y por qué algunas personas intentan limitarla. Entre las posturas que señalan la inconveniencia de silenciar a quien piensa diferente o aquellas que destacan los beneficios de un mayor acceso y democratización, es necesario analizar el tema considerando algunos aspectos de fondo:

1) Los seres humanos interpretamos la realidad -le damos un sentido al mundo que nos rodea- a partir de relatos que configuran nuestras creencias, comportamientos y percepciones. 2) Lo que pensamos y asumimos como real, en ese sentido, proviene de todo aquello a lo que estamos expuestos: distintos puntos vista, algunos más coherentes que otros. 3) La libertad de expresión, bajo una lectura democrática, apunta a que las personas formen y expresen su criterio de la manera más plural posible.  

Eso, en un mundo ideal; en la práctica, sabemos que las personas no están expuestas a tantas fuentes: los medios se concentran en pocas manos (lo que facilita la imposición de una narrativa dominante) y las audiencias tienden a confirmar la misma idea preestablecida de siempre, en la medida que están expuestas al mismo discurso.

Bajo este escenario, y si nos detenemos por un momento, resulta obvio que deben existir leyes que garanticen el respeto y la difusión hasta de las más diversas líneas de pensamiento. Caso contrario, se suelen unificar criterios y hoy ya sabemos cuáles son las consecuencias de ello: racismo, xenofobia, nacionalismo, machismo, entre otros problemas.

De hecho, esto explica por qué a los estados totalitarios les seduce controlar a la prensa: al reducir el número de voces, se facilita la consolidación de un relato “oficial”. Algo parecido a lo que describe George Orwell en 1984: el poder finalmente reside en la capacidad de dictaminar lo que es real.

Por eso, más allá de los lugares comunes que rigen la discusión, se debe entender, por una parte, que no es legítimo restringir las libertades de la prensa: eso solo le conviene al relato oficial del poder. Sin embargo, un diagnóstico completo da cuenta también que los medios tradicionales no son la única alternativa -manejan sus intereses- pues existen otras visiones y formas de pensar. Justamente, ese debería ser el compromiso.

 

 

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