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El Telégrafo

¿Sirve para algo la semiótica?

22 de septiembre de 2013

Ninguna Revolución Jurídica es suficiente en materia de comunicación si no se la acompaña con una Revolución Cultural y Educativa profunda. Si en verdad se trata de emancipar cuerpos y espíritus, es un error pensar que solo con las leyes alcanzará para remover de las cabezas y los corazones el basural ideológico ingente que el capitalismo ha depositado, sistemáticamente, disfrazado de “logros” populares. Se trata de capas tectónicas fijadas a “piedra y lodo” en el consciente y el subconsciente colectivo; se trata de antivalores, vicios, manías y perversiones de todo tipo, inoculadas a mansalva día a día, etapa por etapa, generación tras generación. Es tan complejo el problema que para derrotar a la ideología de la clase dominante será preciso, además de democratizar la economía, disolverla desde los frentes más diversos que incluyen, sin dudarlo, los estados del ánimo, los valores éticos y morales, el sentido del humor y todas las falacias alienantes sobre la familia, el Estado y la “propiedad privada” burgueses.

Las mercancías culturales fabricadas por el capitalismo, incluidas sus orgías consumistas, las bacanales crediticias de los bancos y la farandulización de la existencia, además de expresar un modo de concentración de riquezas, son dispositivos ideológicos portadores de moralejas diseñadas por expertos “semiólogos” (o publicistas) para acarrear, con sus consecuencias económicas, ilusionismos que enmascaran la realidad y confunden las emociones. Es así como el secuestro de los salarios, a cambio de baratijas mágicas, pasa ser motivo de “orgullo” y de “prestigio” en un mundo donde el acto de consumir se presenta como la redención social más absoluta. Y ese conjunto de “sensaciones placenteras” producido por comprar y comprar  lo inventan cerebros asalariados para que nuestro endeudamiento sea lo de menos a cambio de adquirir eso que tiene fama, publicidad y aprecio entre compradores compulsivos, sobreestimulados por la televisión, la radio y la prensa del capitalismo. Es como tolerar campañas publicitarias día y noche para vender bebidas alcohólicas con glamour y “sex-appeal” en sociedades devastadas por el alcoholismo. ¿O no?

No son pocos los que defienden el modelo de producción de símbolos con que la burguesía reviste sus mercancías. Dicen que sus críticos son (somos) exagerados y diletantes. Que son “las reglas del mercado” anunciar lo que se produce y buscar más clientes, siempre y cuando las leyes (sus leyes) lo permitan. Así funciona “el sistema” y nada se puede hacer. Dicen que la crítica se tolera porque se respeta la libertad de expresión y dicen que para opinar con fundamentos hay que ir a sus universidades, leer los libros que ellos promueven y ser aprobados por los profesores que ellos inventan y ellos pagan. Caso cerrado. Pero mucho antes de que se inventaran los cenáculos academicistas, el capitalismo y sus agencias de publicidad (a veces todos ellos no se diferencian), Platón ilustró con su metáfora de la “Caverna” cómo el que tiene el poder puede alterar la conciencia, el conocimiento y las conductas que aquellos que viven encadenados a los reflejos, sus imágenes y sus consecuencias. La esclavitud de las mentes en persona.

En las nuevas leyes de comunicación está implícita, y no necesariamente explícita, la necesidad de impulsar una Revolución Cultural y Educativa radical que combata, de manera sistemática, cada una de las aberraciones a que nos han acostumbrado los medios propagandísticos de las oligarquías. Es preciso detener el negocio del morbo y el negocio que convierte la violencia y la muerte en mercancías codiciadas. Es preciso suprimir todos los casos de racismo, sexismo, marginación y esclavitud, se disfracen como se disfracen. Es necesario combatir, como a una plaga, las fábricas mediáticas dedicadas a sembrar miedos y vergüenzas de todo tipo. Es preciso detener la producción descomunal de complejos psicológicos que abusan de enfermedades, debilidades e ignorancias. Es preciso, en suma, combatir a la ideología de la clase dominante que engorda sus cuentas bancarias con el trabajo de personas esclavizadas, también, intelectualmente. Es preciso terminar con las fábricas de las mentiras impunes.

Contra el papel que ha cumplido un grupo de “especialistas” en semiología o semiótica, servil a las agencias de publicidad burguesas como fabricantes de ilusiones y tentaciones mercantiles, es preciso desarrollar una semiótica emancipadora que provea las herramientas teóricas y metodológicas para desmontar, uno por uno, los dispositivos simbólicos burgueses. Se trata de quitarle a la burguesía una de las “armas de guerra ideológica” que ha desarrollado para atacarnos, expropiársela y ponerla al servicio de otro modelo de producción de símbolos, capaz de superar la etapa de desgracias en que los medios de comunicación dominantes hacen su festín alienante con las necesidades y debilidades humanas. Es muy necesario y urge realmente. Y con las leyes, solamente, no nos alcanza.

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