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El Telégrafo
 Pablo Salgado, escritor y periodista

Sin la cultura, la revolución crecerá ciega

19 de septiembre de 2014

Ciertamente, seis ministros de Cultura en siete años es demasiado. Y, sin duda, revela la crisis del sector. A pesar de los importantes recursos económicos que cada año se entregan a través de los fondos concursables, auspicios y más, como ningún otro Gobierno, poco se ha caminado en la generación de políticas públicas que fomenten el desarrollo y crecimiento de las expresiones culturales nacionales.

Más bien, la entrega de esos dineros a grupos y artistas ha generado una relación clientelar que reproduce las viejas prácticas que, se supone, el gobierno de la Revolución Ciudadana quiere desterrar.

Cada vez son más los pasivos que la gestión pública de la cultura ha generado para el Gobierno Nacional. Así lo ha reconocido el propio presidente Correa en varios enlaces ciudadanos. Por ello el descontento es cada vez mayor. De ahí que se hace necesario realizar -con una honesta actitud crítica- una evaluación de lo que ha sido el rol del ministerio, releer los contenidos de la propuesta de gobierno en el capítulo correspondiente a la cultura, y repensar el modelo de gestión que se quiere para el ministerio y para lo que será el Sistema Nacional de Cultura que, por mandato constitucional, debe implementarse a través del ahora denominado Código Orgánico de Cultura que debe aprobar la Asamblea Nacional.

Hace más de un año, en esta misma columna (10 de mayo de 2013) expresaba que la nueva concepción de la administración cultural debe estar atada a comprender la gestión pública desde la inclusión y la participación. Y entenderse a la cultura como un hecho movilizador. La acción cultural, en sus múltiples expresiones, debe necesariamente estar vinculada con la ruptura (creación es ruptura) y en la generación de espacios, amplios y plurales, en los cuales los artistas puedan desarrollar a plenitud su trabajo creativo.

La institucionalidad de la cultura pasa por su peor momento. El deterioro de la capacidad de ejecución e inversión de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (su matriz y sus 23 núcleos provinciales), del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural, del propio ministerio y las direcciones provinciales de Cultura, la desaparición del Ministerio Coordinador de Patrimonio y del Sistema Nacional de Bibliotecas hacen que los resultados de la gestión cultural gubernamental en estos siete años sea más bien pobre.

Esto no quiere decir, por supuesto, que la producción y creación hayan cesado. La cultura y la creación existirán siempre; al margen del ministerio o, mejor dicho, a pesar del ministerio. Por ello es hora de que el nuevo ministro Francisco Borja abra de par en par las puertas e inicie una gestión incluyente y participativa. Es imposible hacer una gestión eficiente si no se cuenta con un diálogo activo y propositivo con los actores culturales.

Si no hay revolución cultural, cualquier revolución ciudadana estará coja, mutilada, ciega. De ahí que no es sencilla la tarea del nuevo ministro, pues todos sabemos que es más fácil comenzar de nuevo que desarrugar. Pero ese es el reto del nuevo ministro.

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