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El Telégrafo

Shylock y yo

06 de enero de 2012

Siempre he considerado que el sistema bancario hubiera sido mejor representado por el Mercader de Venecia, si este fuese un drama. Dejando de lado el antisemitismo, yo veo en cada banquero un Shylock. Y como nunca veremos a Fidel Egas atendiendo la ventanilla ni a Abelardo Pachano contestando en el Call Center, traspaso esa característica fundamental a quien sea que me esté atendiendo. Y les cuento por qué.

Hace algo más de un año recibí una llamada. Un cordialísimo agente del Banco Pichincha me invitaba a ser parte del selecto grupo de tarjetahabientes. Me la pintó bellísima, me comentó acerca de las ilimitadas bondades que suponía aceptar este regalo de los dioses, me absorbió. Procuré no caer en su canto de sirenas, pero me sedujo la idea de tener mi primera tarjeta de crédito, yo, hombre medio hecho y medio derecho. Aparte, me juró y rejuró que al terminar el año de cortesía me llamaría de nuevo para confirmar o no su renovación. Entonces, feliz e ingenuo, entré en el selectísimo mundo de los tarjetahabientes con $ 300 de cupo.

Pese a este episodio, no soy un comprador compulsivo. Y el cupo tampoco permitía ningún lujo asiático. El año pasó sin mucho uso, y debo aceptar que en alguna ocasión me sacó de un aprieto. Lo que me extraño fue que eventualmente me comenzaron a cobrar dos rubros por la entrega de estado de cuenta: uno físico y otro electrónico. Así es, la ironía. Cuando inocentemente llamé a reclamar, me dijeron que esa era la política del banco, y cuando pedí que no me enviaran el estado de cuenta físico, dijeron que no podían hacer aquello. ¿Y la cortesía? Es el segundo acto de esta tragicomedia. Alguna vez que me olvidé de pagar estos valores (precisamente porque nunca utilizaba la tarjeta) se metieron a mi cuenta y tomaron los valores adeudados. Estoy seguro de que eso debe ser ilegal.

Al año, inevitablemente, llamé a reclamar porque me cobraban valores por renovación de tarjeta cuando me juraron y rejuraron que me preguntarían antes de hacerlo. Dijeron que existía aceptación tácita de mi parte al momento de usar la tarjeta y tener valores adeudados. Se refería a los rubros por emisión de estado de cuenta. Pagué mis haberes y salí con la indignación por delante a cancelar la bendita. Se demoran 48 horas en hacerse efectivos los pagos. Y esta gente que fue capaz de meterse en mi cuenta bancaria no es capaz de revisar si mi pago fue efectivamente hecho. Me dijeron que no necesitaba ir yo, podía ir alguien más en mi nombre. Fue mi esposa. No puede, tiene que ser el titular. Fui yo, de nuevo. Había valores adeudados (otra vez, el estado de cuenta).

Entenderán que en el ínterin me quejé, grité, insulté, lloré, negocié, suspiré, reí y perdí la poca confianza que me quedaba en los bancos. El mundo bancario es un escenario donde cada hombre hace su parte; y la mía es una parte penosa. El resto, todos Shylocks. Todos.

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