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El Telégrafo

Sharon, un criminal de guerra

14 de enero de 2014

@mazzuele

Sharon fue, sin lugar a dudas, un criminal de guerra: en las páginas del diario israelí Hareetz, el periodista Gideon Levy no ha dejado puerta abierta para cualquier tipo de otra interpretación. Otros han descrito con minucia de detalles sus crueles emprendimientos –mírense por ejemplo los reportes y las palabras durísimas de un comentador experto de Oriente Medio como Robert  Fisk–  y no es, por lo tanto, mi intención recordar acá las obscenidades de aquellas masacres. El tema historiográfico está claro, nadie –excepto los fanáticos– lo disputa, y valga aclarar que sobre sus hombros no pesa solamente la matanza infame de Sabra y Chatila en 1982, sino numerables acciones que se pierden en la memoria de un Occidente olvidadizo, mas no en la del martirizado pueblo palestino.

Sharon, ya sea como oficial del Ejército, ya sea como político, fue repetidamente más allá de las órdenes de sus superiores, distinguiéndose por su bravuconería y sus gestos asombrosos, capaces de mover cada vez más allá la frontera de lo humanamente posible y públicamente aceptable. Pero sus comportamientos, lejos de ser castigados, lo convirtieron en un héroe de un pueblo que ha perdido la brújula, al considerar la vida humana ajena como algo de lo cual se puede libremente disponer sin responsabilidad alguna.

La verdadera obscenidad de hoy, sin embargo, es el tributo unánime y la aclamación acrítica que el mundo occidental le ha tributado.La verdadera obscenidad de hoy, sin embargo, es el tributo unánime y la aclamación acrítica que el mundo occidental le ha tributado. Algunos dirán que es un acto debido, ya que en efecto cayó en coma cuando aún ocupaba el cargo de primer ministro de Israel. Pero se trata de un argumento falaz o, en el peor de los casos, de una desvergonzada mentira: cuando el expresidente venezolano Hugo Chávez murió mientras ejercía sus funciones, lo políticamente correcto se suspendió. Su funeral fue ampliamente boicoteado por los líderes occidentales, los cuales prefirieron enviar delegaciones de segundo o tercer rango, junto a concisos mensajes de condolencias.

Así, la historia se repite. Los crímenes de guerra son perseguidos, condenados y censurados cuando son cometidos por quienes no se doblan a los países hegemónicos, pero se cierra un ojo –e incluso dos– cuando las mismas cobardías son obra de quienes están bien insertados en aquellos círculos. Hoy en día, en las cancillerías del mundo, todos saben que Israel ha violado y sigue violando el derecho internacional, pero casi todos concuerdan en que es conveniente callar y respetar a un país tan poderoso (y vengativo). Es un mundo ‘patas arriba’, un mundo al revés, como decía Eduardo Galeano, donde a los peores criminales se le tributan honores nacionales e internacionales.

Recientemente se ha intentado argüir que el último Sharon se había convertido en un hombre de paz, aduciendo como argumento la descolonización de Gaza operada en 2005. Valga recordar su provocadora visita a la explanada de las Mezquitas de 2000, la cual desató una predecible (y calculada) ola de violencia, los campos de refugiados de Balata y Jenín, las ejecuciones selectivas, el muro de separación en Cisjordania y mucho más. No, ese no fue un cambio de moral. Fue solo un cambio de estrategia.

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