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El Telégrafo

Ser nacionalista

13 de diciembre de 2012

Internet es un formidable espacio de comunicación, por el que circulan muchos estudios, análisis y mensajes que no hallan posibilidad de publicación en las editoriales o medios tradicionales de difusión.

Así, por este medio nos llegan a veces textos magníficos o sorprendentes y también acusaciones de todo tipo, que regularmente no merecen ser respondidas. Pero me ha llegado una que me ha dado de lleno y me ha parecido una motivación para pensar en mis propios actos y opiniones. El caso es que he sido acusado, por alguien que se pretende de izquierda radical, de “nunca haber podido superar mi visión nacionalista”.

Esto me pone en el trance de definirme públicamente, pese a la resistencia que tengo a hablar de mí mismo. Y comienzo por decir que nunca he ocultado mi modo de pensar, lo que me ha traído no pocas dificultades en un medio acostumbrado a las evasivas y los disimulos.

Vamos ahora al meollo del asunto: ¿soy o no soy nacionalista? Respondo que lo soy, pero agrego que soy “nacionalista revolucionario” al modo que propugnaba Mariátegui. Este gran pensador marxista latinoamericano dijo: “El nacionalismo de las naciones europeas -donde nacionalismo y conservatismo se identifican y consustancian- se propone fines imperialistas. Es reaccionario y antisocialista. Pero el nacionalismo de los pueblos coloniales -sí, coloniales económicamente, aunque se vanaglorien de su autonomía política- tiene un origen y un impulso totalmente diversos. En estos pueblos, el nacionalismo es revolucionario y, por ende, concluye con el socialismo. En estos pueblos la idea de la nación no ha cumplido aún su trayectoria ni ha agotado su misión histórica”.

Ese nacionalismo revolucionario me ayudó a entender que los latinoamericanos habitamos varias “patrias” a la vez: la Patria Chica en que nacimos, la Patria Grande Latinoamericana y esa otra, enorme, a la que aludió Martí cuando dijo que “Patria es Humanidad”. También me empujó a luchar por la liberación de los pueblos oprimidos y por la convivencia pacífica entre las naciones. Es decir, amo la paz, aunque reconozco el derecho de los pueblos a tomar las armas para defenderse de agresiones u opresiones.

También soy socialista, porque creo que el trabajo es más importante que el capital y que el destino final de las luchas de liberación nacional debe ser la creación de una sociedad equitativa y justa, que brinde iguales oportunidades a todos y proteja especialmente a los más débiles. Y reconozco a la lucha de clases como uno de los motores de la historia, pero no creo en el sueño marxista de la “desaparición del gobierno de los hombres para pasar a la administración de las cosas”.

Es un sueño para una sociedad de ángeles y la nuestra es una sociedad de personas con virtudes y defectos, donde el egoísmo, el ventajismo y el fanatismo deben ser controlados. Por eso tengo el sueño de una república universal de fraternidad, regida por un gobierno sabio, firme, laico y tolerante, elegido y controlado por la voluntad colectiva.

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