Han pasado muchos años desde que un poeta español recién salido de la adolescencia escribiera unos doloridos versos que rezaban: “Mi corazón está aquí, Dios mío, hunde tu cetro en él, Señor. Es un membrillo demasiado otoñal y está podrido. Arranca los esqueletos de los gavilanes líricos que tanto, tanto lo hirieron, y si acaso tienes pico móndale su corteza de hastío”. Versos que quien conozca algunos datos biográficos del gran escritor puede comprender fácilmente. En una sociedad tradicional y patriarcal, la vivencia de su homosexualidad no era fácil, al punto de haberla negado durante los primeros años de su vida y de su juventud.
Cuando fue fusilado por militares falangistas en 1936, una de las principales excusas para haberlo hecho fue que se trataba de un poeta ‘socialista y maricón’, con bastante más énfasis en la segunda característica.
El ser humano teme a lo diferente, y se cree con derecho a establecer desde cualquier concepto, llámese religión, moral o legalidad, lo que es mejor o peor, lo que es censurable o lo que es correcto. Como suele suceder, cada persona o cada grupo tiene excelentes y muy plausibles razones para defender lo que defiende, para atacar lo que ataca e incluso para fusilar a un poeta o a mil sin mayor trámite. Si bien las personas de una orientación sexual diferente a la canónica han sufrido vejaciones, exclusión y castigos desde lo más sencillo a lo más violento y cruel, hoy, que en nuestro medio algo de esa segregación va siendo superado, también se observa, al menos en ciertos discursos, una leve y casi imperceptible tendencia a estigmatizar la heterosexualidad o al menos su normativa de siglos, que ha llevado a un determinado modo de vida.
En días pasados se celebró en muchas ciudades del mundo, entre ellas Quito, el ‘Día del Orgullo GLBTI’. El origen, como el de muchas fiestas y efemérides, comienza en incidentes violentos ocasionados por la legislación al uso en los Estados Unidos de mediados del siglo anterior. Para muchas mentalidades, de una y otra parte, parece increíble esta celebración. Sin embargo, solamente ayuda a visibilizar lo que en la humanidad ha existido desde siempre: una diversidad que nace desde la compleja naturaleza de las personas. Ojalá que, más allá de marchas y manifestaciones, los seres humanos aprendamos por fin a aceptar integrar las cambiantes características de una especie que quizá se encuentra todavía en construcción y desarrollo, y a comprender que la diversidad enriquece, no estigmatiza.