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El Telégrafo

Sed de Dios

03 de abril de 2013

Todos tenemos sed de Dios porque de Él venimos. Tratamos de apaciguar esta sed de mil maneras, buscando la felicidad que encierra para nosotros todos. Las dificultades y las equivocaciones provienen de los caminos erróneos que seguimos para lograrla. La religión y la religiosidad pueden ser de ellos cuando nos construimos una imagen de Dios que no es la acertada.

Las celebraciones de Semana Santa nos recuerdan la entrega hasta la muerte de este Jesús de Nazaret que inauguró el camino del Reino. Tenemos que preguntarnos si llevan al Reino las múltiples procesiones de esta Semana Mayor: el domingo de ramos, el jueves santo, el viernes santo, de la Dolorosa el sábado santo… Parece muchas veces que cargan mucho de pagano y poco de cristiano.

Muchas de ellas son costumbres populares antiguas que no aseguran una verdadera promoción humana ni cristiana. Lo dijo el mismo Jesús: “No quiero sacrificios sino misericordia y justicia”. ¿No será “utilizar en vano el nombre de Dios”? Se asemejan a un gran negocio con Dios: tantas cosas tenemos que hacernos perdonar, entonces a lo menos un día al año hagamos un gran acto de penitencia para que Dios nos tome en cuenta, nos escuche y nos perdone; así quedará tranquilo Dios y nosotros también… para luego seguir igual y poco preocuparnos qué piensa y desea Él.

El Dios de la Biblia es el Dios de la Alianza, es decir, de un pacto con un pueblo decidido a cumplir los compromisos sellados. Entonces, hemos de preguntarnos si primero nos hemos conformado en pueblo creyente, es decir en comunidades vivas que buscan agradar a Dios viviendo la fraternidad y la justicia hacia adentro y la solidaridad y el compartir hacia afuera. O nos hemos quedado en un individualismo que nos permite justificar todas nuestras fechorías.

El Dios que anunció Jesús es el Dios del Reino que confirma la Alianza del Antiguo Testamento, haciéndola más clara, sencilla y exigente. Las bienaventuranzas remplazan los Diez Mandamientos y todos estos mandamientos se resumen a uno solo: “Se amarán unos a otros como yo los he amado”. A diferencia de Juan Bautista, Jesús no combatió tanto el pecado como el sufrimiento de la gente.

¿Dónde queda en tantas procesiones la proclamación de las bienaventuranzas y la lucha colectiva por amenorar tantos sufrimientos que se sigue padeciendo hoy?
Purifiquemos nuestra sed de Dios para que no se convierta en las satisfacciones equivocadas de nuestra sed egoísta, individualista y opuesta a lo que vinieron a enseñarnos la Biblia y el mismo Jesús.

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