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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Se ve que no les ha tocado

26 de marzo de 2014

Digo, se ve que no les ha tocado dar clase a un grupo de adolescentes provistos, ‘armados’ diríamos, con sus celulares inteligentes. Si ya era cuesta arriba dar clase a estudiantes provistos de celulares tontos, esto se parece demasiado al acabose.

La perversión de la tecnología radica, ante todo, en la ilusión de infalibilidad, omnipresencia, y más que  nada en esa idea de que es imprescindible para los más sencillos y cotidianos actos de la vida. Si bien en contextos de educación a distancia o para la ejecución de cierto tipo de tareas de investigación los dispositivos electrónicos pueden ser de muchísima utilidad, es sabido que atentan –y de qué  modo– contra las más elementales interacciones de la comunicación humana, como la conversación, el contacto físico y el intercambio más elemental, amén de los ejes transversales de valores que la educación debe sustentar. Quién de nosotros, por ejemplo, no ha compartido una mesa de cafetería o encuentro con gente que interactúa hasta la grosería y la exasperación con sus teléfonos, a todas luces más inteligentes y más interesantes que la compañía humana real que a su alrededor no se entera de nada.

Es muy cierto aquello de que la tecnología acerca a las personas que están lejos, pero también aleja a las personas que están cerca.Seguramente será que a los entusiastas de esta regulación legal-educativa no les ha tocado intentar dar clase a adolescentes que no miran al frente (ni a la pizarra o pantalla de clase y peor al docente que se esfuerza por interactuar con ellos) porque están pendientes de la pequeña pantalla de su celular, y no precisamente consultando algún requerimiento de la clase, sino observando la frecuencia de los cambios de estado de sus amistades en las redes sociales, ‘chateando’ a partir de chismes intrascendentes, o incluso, en el peor de los casos, acosando u hostigando a través del ciberespacio a algún incauto o a alguna incauta.

Suelo pedir a mis estudiantes que guarden sus celulares apagados y silenciados en sus mochilas. Yo misma silencio el mío, a no ser que me encuentre en un tiempo de emergencia familiar o personal. Les digo, medio en broma, que si la noticia es mala, mientras más tarde se enteren, mejor. Creo que, como docentes, es importante que modelemos no solo la curiosidad tecnológica, sino también la cortesía, el respeto y la oportunidad de ciertas actitudes. La interacción humana es una de las actividades que más ha sufrido a partir del último repunte tecnológico, y aunque suene a lugar común, es muy cierto eso de que la tecnología acerca a las personas que están lejos, pero también aleja a las personas que están cerca.

En el momento que el docente principal en un aula es un pequeño aparato de tres pulgadas de largo, el mensaje oculto que se envía es que aquel ser humano que se encuentra de pie ante un grupo de alumnos para compartir sus conocimientos con amor y dedicación se ha vuelto tan desechable como otras relaciones humanas que, en nuestro tiempo, sufren de este tipo de desplazamiento. Mucha tecnología y muchos datos, sí, pero cada vez menos aprecio a la esencia humana de las personas y de las relaciones.

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