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El Telégrafo

Se fue Berlusconi, se queda el berlusconismo

03 de diciembre de 2013

En un sagaz editorial publicado tras la destitución de Berlusconi del Parlamento italiano, la periodista Bárbara Spinelli ha invitado a la cautela en medio de la euforia de los muchos que, en la izquierda, se alegraban por la noticia. En efecto, extirpado el cáncer que desde hace dos décadas afligía la vida política italiana, son muchos los que han pensado que el fin de la enfermedad democrática había finalmente llegado.

Berlusconi, forzado a dejar su curul por disposición del Senado tras la condena definitiva recibida en agosto por un millonario fraude fiscal, ya no goza de la inmunidad parlamentaria, abriendo el camino para que los ulteriores procesos que tiene pendientes sigan más expeditamente. En este sentido, no es una hipótesis lejana pensar que el magnate italiano, tres veces primer ministro, termine sus días tras las rejas o en alguna de sus mansiones de ultramar, siempre y cuando algún dictador le otorgue a tiempo pasaporte y asilo político. Debilitado bajo el perfil judicial, políticamente en dificultad por la reciente escisión de su partido y condenado a prestar servicios sociales por un año, el protagonismo de Berlusconi se encuentra realmente en un punto de no retorno, salvo creer en aquellas películas en las que, matado el monstruo, este se vuelve a regenerar por efecto de un atroz hechizo.

El mayor problema ya no es Berlusconi en sí, sino su legado, lo que ya ha tomado el nombre de ‘berlusconismo’. Esa mezcla de antivirtudes cultivadas desde los años de su imperio televisivo, a través de la promoción de una subcultura hecha de chismes de farándula, vulgaridades y pornografía velada. Sin contar el ejemplo dado en el manejo de la res publica, como si se tratara de algo propio, un dominio para la extensión de los intereses personales. Y luego esa corte de aduladores en la cual han encontrado guarida mafiosos, farsantes, evasores fiscales, fascistas y arribistas de la peor especie. Gente que él acogió gratamente en su círculo, el cual se volvió en modelo replicable a todo nivel de gobierno, incluso más allá de la centroderecha. Italia está ahora más que nunca plagada por una mala política, una corruptela que permea todo estrato, una moral pública caída en abismos impensables.

Berlusconi deja atrás una herencia cultural pesada de la cual Italia no podrá curarse de la noche a la mañana. Está instilada en la conciencia de una generación que no ha conocido valores afuera del triste abanico ofrecido por sus canales comerciales y las patéticas fanfarronerías a las cuales nos ha acostumbrado, avergonzando esa parte de Italia decente ante los ojos del mundo entero. La tarea de limpieza democrática para la península mediterránea acaba de empezar.

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