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El Telégrafo

Santos y las FARC

13 de septiembre de 2012

Hace dos semanas, el presidente  colombiano, Juan Manuel Santos, decidió iniciar un proceso de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Fue una noticia impactante y una esperanza de sanación para uno de los países más sufridos de América Latina, cuyos desplazados por la guerrilla suman unas 6 millones de personas.

Imagínense ustedes el sufrimiento acumulado en Colombia con 60 años de guerra civil. ¿Pero de dónde surgió esta guerra? Hay que remontarse al 9 de abril de 1948, cuando fue asesinado en Bogotá, el doctor Jorge Eliécer Gaitán, quien se perfilaba al momento de su deceso como el seguro presidente para suceder a Mariano Ospina Pérez, pero ese execrable crimen causó el mayor estallido popular que se recuerde en una capital latinoamericana, hecho conocido como el “Bogotazo”. La multitud, indignada por la muerte del carismático líder, se alzó en armas, destruyó todo lo que pareciera oficial y estuvo a punto de ocupar el mismo palacio de gobierno, de no mediar la oportuna intervención del Ejército.

Aunque la violencia política siempre fue virulenta en la vieja Colombia, nunca fue tan sistemática y prolongada como ha sido en las últimas décadas, aunque se hicieron esfuerzos por lograr la paz. Entre los que se destaca la decisión gubernamental tomada por el presidente Andrés Pastrana, a fines de los 90. En esos años se despejaron 200 mil kilómetros cuadrados, para crear el escenario propicio para dialogar y negociar la desmovilización de las FARC. Sin embargo, ese acuerdo no tuvo un final feliz.

Los dos períodos presidenciales de Álvaro Uribe fueron especialmente ríspidos en sus debates y combates contra ese grupo armado irregular y en Colombia se decía que esa aversión de Uribe nacía por la muerte de su padre a manos de un comando de las FARC. El actual presidente Santos es un hombre educado en universidades norteamericanas y aunque fungió como Ministro de Defensa de Uribe, ha tomado ahora, como Jefe de Estado, un camino diferente con respecto a la guerrilla y a sus relaciones con Venezuela, encendiendo una intensa polémica con su ex aliado que fue pieza clave en su ascenso al poder.

Las perspectivas de Colombia sobre la base de una paz con los guerrilleros augura a ese país un futuro que impulsaría substancialmente el desarrollo de su economía y convertiría a esa nación en un gran centro productivo, especialmente si se construye, como se ha anunciado, un nuevo canal interoceánico en asociación con China y la construcción de una nueva ciudad que costaría inicialmente unos diez mil millones de dólares.

Si todos los recursos dedicados a la defensa y al orden público se reorientaran a la producción, además de la explotación de petróleo, gas, carbón y esmeraldas, Colombia se convertiría en una potencia industrial sudamericana.
Colombia, sin dudas, merece y tiene derecho a la paz. Y América Latina necesita acabar con el flagelo de la guerra civil que desgaja a su sociedad. ¡Ojalá esta vez sea de verdad!

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