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El Telégrafo

Sanadores de ayer

17 de junio de 2012

Roy Porter, en su “Breve historia de la medicina” (Bogotá, Taurus, 2002), asegura que originalmente, mientras el humano poblaba el mundo, a él lo poblaban parásitos y microorganismos y que por la hambruna aprendió a experimentar para controlar los recursos naturales y cultivar su propio alimento. Según el mismo autor, la especie humana “comparte más de 60 enfermedades con los perros y algo menos con los vacunos”.

Pero no fue la hambruna la que permitió la experimentación de cultivos permanentes, sino la experiencia de las mujeres que se quedaban mientras los varones salían en busca de alimento o de sus congéneres para defenderse o dominarlos. Porter asegura que “el asentamiento (con el que finaliza la época nómada) trajo consigo el paludismo”, y que desde entonces las principales epidemias de la humanidad fueron el sarampión, la peste bubónica, la viruela, el cólera, la sífilis.

Desde el origen de la atención, los problemas del cuerpo se curaron con recursos físicos y ritos. Estos últimos para la subjetividad del “alma”, pues el humano es una dualidad cuerpo-subjetividad, aunque a estos se los haya separado a partir de la biomedicina, que se quedó solo con el cuerpo, es decir sin alma, “desalmada”.

Los “sanadores” florecieron en todas las civilizaciones y muchos se transformaron en mitos, como el egipcio Imhotep, el griego Asclepio o el latino Esculapio, cuya hija Higea llegó a ser diosa de la salud. En Egipto, Grecia, Roma, India, los conocimientos se tornaron “secretos”, exclusivos de las élites que mantenían el poder.

El vulgo no tenía acceso a ellos que los consideraba esotéricos, misteriosos, como las verdades “reveladas” de la religión, a cargo de sumos sacerdotes que apoyaban el mantenimiento de las hegemonías.

El padre de la medicina occidental es el griego Hipócrates de Cos (460 al 375 a.C.), autor del “Corpus”, que propone acciones sobre los cuatro fluidos: sangre, cólera, flema y bilis para lograr el equilibrio humoral. Exige “primero no hacer daño”. A él se le atribuye el juramento que, con variantes, hasta hoy leen los médicos al graduarse.

Creía que “había que mantener el pus porque así salía la sangre mala”. Luego está Galeno (129 al 216, nacido en Pérgamo, hoy Turquía, aunque vivió en Roma hasta su muerte). Creía que “el médico no debía ser solo un mero sanador (empírico) sino dominar la lógica, la física, la ética”. Hipócrates y Galeno influyeron hasta el siglo XVI.

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