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El Telégrafo

Salud, origen de los servicios

24 de junio de 2012

A partir de esta revisión que llega a los hospitales, será posible la comparación ulterior de la biomedicina con las concepciones ancestrales, en un marco intercultural.

El persa Avicena (980 al 1037), autor de “El Canon”, de notable influencia en la medicina latina, exigía una sabiduría similar a la propuesta por Galeno, como cuenta Noah Gordon en su novela “El médico”, recreando el ambiente de la medicina del siglo XI en Inglaterra y la formación de shamanes. En ese tiempo los barberos repartían en Inglaterra la “panacea”, bebida a base de alcohol, como lo hacen hoy los charlatanes en las plazas de nuestros pueblos.

Aunque Herófilo (330 a 260 a.C.) diseccionó cadáveres humanos y Erasistrato lo hizo con animales, los pioneros de la disección florecieron en el siglo XV a pesar de que la Iglesia Cristiana como el Islam la prohibían. Donatello (1386 a 1466) efectuó disecciones porque la Iglesia lo permitió, como cuando el Papa Sixto IV reguló en 1482 para que se efectuaran “sólo con criminales”.

En la década de 1490 Leonardo da Vinci (1452 a 1519) pintó los hallazgos anatómicos a partir de sus subrepticias disecciones. Más tarde perfeccionó y completó otro italiano, Vesalio (1514-1564), autor de “La Estructura del cuerpo humano”. En 1518 se fundó el Colegio Médico de Londres iniciando la nueva “ciencia” basada en evidencias y dando pie a la enseñanza ulterior de la clínica en las universidades.

La concepción renacentista de lo circular llevó al descubrimiento de la circulación de la sangre, que el español Miguel de Servet la propuso, por lo que fue condenado y quemado en 1559 por el Santo Oficio de la Inquisición, por haberse atrevido a contradecir las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia, ejemplificando así la dura lucha que sostuvieron los pioneros de la ciencia. El inglés Harvey describió la circulación en 1603.

Los hospitales de caridad, extensiones de los conventos, iniciaron la atención de “pacientes” con la nueva curiosidad “científica”. Tenían iglesia, clausura (para hospedaje de monjas o curas, cuyas órdenes se formaron para el efecto) y disponían de libros, cuadros, partituras, con las que se practicaban cánticos y otras artes como la poesía y la pintura.  

Consolaban a los enfermos con los estímulos de la fe y efectuaban limpiezas y curaciones físicas. Estos hospitales, con otras novedades que se verán, son los modelos que se trajeron a nuestra América.

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