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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Rutinización de la crisis europea

30 de septiembre de 2014

Las crisis económicas son aquellos momentos históricos en los cuales las afiliaciones políticas e ideológicas consideradas como inamovibles pueden volverse susceptibles a sacudones imprevistos y al remplazo por nuevas identificaciones. En otras palabras, se trata de ocasiones desorientadoras que pueden servir de potenciales catalizadores del cambio social. En Europa, sin embargo, la crisis que aflige con diferentes grados de intensidad a muchos de sus países está transcurriendo sin mayores problemas para sus clases dirigentes. El modelo económico y político que de este ruidoso derrumbe es responsable permanece aún sin desafíos concretos, mientras las fuerzas políticas tradicionales proceden a reformas puramente cosméticas.

Dos países constituyen la notable excepción: España y Grecia. Se podría pensar que eso es debido a la intensidad de la crisis en los dos lugares, seguramente mucho más impactante respecto a lo demás del continente. El razonamiento es seductor: la radicalización de las contradicciones procura mayores puntos de fricción y una acentuada disponibilidad a poner en juego las estructuras. Detrás de esta lógica hay, sin embargo, una comprensión mecanicista: sería como decir que cuando se llega a un determinado nivel de explotación, la revolución social es un fenómeno natural. La historia nos enseña claramente que no es así.

Más bien, el éxito de Podemos y Syriza, aún parcial pero sin duda significativo y con la promesa de expandirse ulteriormente, se basa sobre la capacidad de innovación del discurso político, osea ese eclecticismo capaz de regenerar el repertorio simbólico de la izquierda y de hacerla hablar en nombre del pueblo en vez de un pequeño nicho político. Son –me gusta definirlos así- los valientes alféreces del populismo en Europa y su presencia en el Encuentro Latinoamericano Progresista que se celebra en Quito en estos días dice mucho sobre la capacidad de estos actores de aprender de las experiencias de América Latina.

En los demás países, en cambio, la izquierda no ha sido capaz de ofrecer un discurso que junte a los diferentes perjudicados por la crisis y el neoliberalismo, y la clase dirigente, coadyuvada por dispositivos mediáticos y tecnológicos, ha mantenido su hegemonía. Esta ha sido preservada también aplicando eficaces parches narrativos a las laceraciones sociales. De tal manera, han prevalecido interpretaciones por las cuales la crisis es un hecho ‘normal’ de la vida, una rutina que enfrentar apañándosela individualmente, una ocurrencia que no tiene que ver con el sistema, una degeneración de la cual unos pocos son responsables mientras lo demás sigue sano, la ocasión para afinar la ‘ciencia económica’.

Así, las patéticas revisiones del neoliberalismo por parte de los mismos neoliberales se han vuelto dominantes: un juicio donde el juez es el propio ladrón. Para volver a politizar y ‘desnaturalizar’ a estos imaginarios sedimentados hace falta una izquierda capaz de reinventarse a sí misma. La difidencia con la cual muchos sectores del progresismo europeo han acogido el populismo latinoamericano es muy indicativa en este sentido. Ojalá la ocasión ‘ofrecida’ por la crisis no esté ya perdida.

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