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El Telégrafo

Rusia conciliadora

19 de septiembre de 2013

Lo que aparentaba haber sido una derrota para el secretario de Estado John Kerry abrió paso a una alternativa a la vía militar que hasta hoy no había sido contemplada: que Siria aceptara, bajo la supervisión de la comunidad internacional, el decomiso y posterior destrucción de todo su arsenal de armas químicas, a fin de evitar un ataque militar aéreo por parte de Estados Unidos.

El embajador sirio ante la ONU, Bashar Ja’Afari, solicitó formalmente la inclusión de su país en la Convención sobre Armas Químicas, demostrando así, por lo menos inicialmente, intenciones verdaderas de allanar el camino de esta propuesta, que a pesar de haber sido de origen estadounidense, su formulación oficial llegó por parte de Rusia.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial y la subsiguiente desaparición del Imperio británico, EE.UU. ha sido el actor geopolítico protagonista de los más importantes acontecimientos de Oriente Medio. En tiempos de la Guerra Fría, período histórico que abarcó más de 40 años de enfrentamientos indirectos entre Estados Unidos y la Unión Soviética, se intentó incidir sobre esta región, pero nunca logró la URSS una influencia necesaria para desplazar el poder hegemónico ostentado por los norteamericanos.

Luego del retorno al poder en Rusia de Vladimir Putin, se verifica como política de Estado un antagonismo frente a los norteamericanos. Esto tiende a lograr dos objetivos primordiales: en primer orden, mayores espacios de influencia política a nivel planetario, tanto en escenarios multilaterales como el G20 y la ONU, cuanto en el plano bilateral; y en segundo orden, a través de calculadas acciones geoestratégicas, arrebatar a Estados Unidos su sitial como potencia hegemónica en la región de Oriente Medio.

En la crisis siria vio una oportunidad de avanzar en el propósito de una resurrección de la Rusia imperial, y sagazmente hizo suya aquella fortuita propuesta de Kerry. Con ello, ha ganado puntos de capital geopolítico, al presentarse ante el mundo en su rol de pacifista y conciliador, teniendo como contrapartida las amenazas guerreristas y destempladas de un autoritario e imperioso Estados Unidos de América.

Por el momento, esta nueva faceta de la Rusia conciliadora va saliendo bien, ya que logra simultáneamente proteger sus intereses comerciales en Siria y erigirse como artífice de la paz. El mundo respalda sus esfuerzos por evitar un mayor derramamiento de sangre, aumentando así su bona fides política en la región y el mundo, en franco detrimento del capital político y las buenas voluntades hacia Estados Unidos en una región cansada de sus impetuosas e irresponsables intervenciones militares.

En fin, gana Rusia, al colocarse como protagonista de una solución pacífica, y con ello fortifica su relevancia y peso como jugador influyente en los vaivenes de la región.

Pierde Estados Unidos, porque una vez más se muestra como el imperio anacrónico que apuesta a resolverlo todo por la vía belicista.

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