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El Telégrafo

“Rotundamente negra, rotundamente hermosa”

21 de diciembre de 2012

Fue una noche impensada y diferente; única. Por primera vez se juntaron
las voces de mujeres de nuestra América con las voces de las mujeres afrodescendientes. Y no solo eso, sino también la música de Esmeraldas y del Valle del Chota. Atrás quedaron los discursos, las buenas intenciones y los generosos ofrecimientos. En la práctica, se juntaron mujeres de distintas regiones del país y de Colombia, Costa Rica, Chile y Nicaragua para demostrarnos que sí es posible generar espacios reales de interculturalidad. La poesía obró el milagro.

El hecho ocurrió en El Juncal, el pasado miércoles, cuando todo el pueblo y las comunidades aledañas se juntaron para escuchar poesía. Se montó una tarima, con buen sonido e iluminación, y de una en una las poetas mujeres empezaron a leer (y declamar) sus versos. Las voces brotaban sonoras, cálidas, libres. Y los asistentes, casi en su totalidad afrodescendientes, aplaudían entusiasmados. La poesía se tomó la improvisada plaza (El Juncal carece hasta de plaza) y nos reveló que puede también generar adhesiones masivas. La poesía puede salir de las urnas de cristal, o los pequeños espacios cerrados y elitistas. Y puede, sin duda, caminar sola y tomarse espacios impensados.

Y no se trata de hacer concesiones estéticas, se trata de otorgarle espacios para que esas voces sean escuchadas, para que la palabra sea vivible. Para que la poesía camine sola y viva por cuenta propia. Todo esto a propósito de la presentación de la “Antología de poesía de mujeres afroecuatorianas” (Ministerio Coordinador de Patrimonio, 2012) que recoge la poesía de 17 mujeres, básicamente de Esmeraldas y el Valle del Chota que, por vez primera, son recopiladas en un solo libro.  

De entre las poetas que participaron en esa noche cálida en El Juncal, hay una voz que es quizá la más importante representante de la poética afro del continente: la costarricense Shirley Campbell Barr. Pero, además, es una voz imprescindible en la poesía latinoamericana y que, por tanto, rebasa el ámbito de lo afro. Es una voz libre, segura, que nos revela orgullo y dignidad. Con Campbell no se trata de reivindicar la negritud, se trata de revelarnos la belleza y sonoridad de la negritud y, claro, de la mismísima poesía.

Shirley disfrutó el reencontrarse con sus hermanos de una comunidad afro enclavada en un valle del norte de Ecuador. Sus bellos ojos miel brillaban con cada abrazo, con cada sonrisa. Y bailó con ese ícono (aún anónimo) de nuestra música que son las Tres Marías.  Al final nos deja, para siempre, su voz, su palabra y su belleza: “Me niego rotundamente/ a negar mi voz/ mi sangre/ y mi piel. … Porque me acepto/rotundamente libre/ rotundamente negra/ rotundamente hermosa”.

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