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El Telégrafo

Rolihlahla Mandela

05 de julio de 2013

“Además de la vida, una constitución fuerte y una vieja vinculación con la casa real de Thembu, lo único que mi padre me dio al nacer fue un nombre: Rolihlahla. En xhosa, Rolihlahla quiere decir literalmente ‘arrancar una rama de un árbol’; pero su significado coloquial se aproxima más a ‘revoltoso’. Yo no creo que los nombres predeterminen el destino, ni que mi padre adivinara de algún modo cuál iba a ser mi futuro; pero en años posteriores, tanto mis amigos como mis parientes llegaron a atribuir a ese nombre las muchas tempestades que he causado, y a las que he sobrevivido (…)”.  

De esta forma -este hombre de firmes principios y voluntad de hierro- inicia su autobiografía denominada “El largo camino hacia la libertad”.  

En Sudáfrica se había institucionalizado el apartheid, que no era otra cosa que la política de segregación racial impuesta por los gobiernos de minoría blanca.

En 1942 Mandela se une al Congreso Nacional Africano (CNA). Organiza actos pacíficos de desobediencia civil; sin embargo, en muchos de ellos hubo violencia. Las autoridades del gobierno empezaron a verlo como traidor y terrorista.

No obstante los difíciles momentos que vivió, la prisión fue una escuela
de paciencia y perseverancia para Nelson Mandela
Es detenido por primera ocasión en 1956. En un juicio histórico en el que asume su defensa, logra ser absuelto del cargo de alta traición. Sale libre en 1961 e inmediatamente pasa a la clandestinidad como comandante del brazo armado del CNA. Logra salir del país y visita Etiopía, Argelia e Inglaterra. A su retorno en 1962 es capturado y enviado a la cárcel de máxima seguridad de la isla Robben.

En 1964 recibe sentencia de cadena perpetua. Se convirtió en el preso número 46.664. Allí se inició el esfuerzo -que nunca se agotó- para sobrevivir en las duras condiciones de la prisión. Soportó estoicamente la violencia con la que los guardias trataban de doblegar la voluntad de los detenidos.

Hay dos hechos conmovedores que ocurrieron durante sus largos 27 años en prisión: “Vi por última vez a mi madre el 9 de septiembre de 1967. Después de la visita la observé mientras caminaba hacia el barco que la llevaría al continente, y no sé por qué se me pasó por la cabeza la idea de que nunca más volvería a verla.

Sus visitas me emocionaban siempre. La noticia de su muerte me afectó mucho”. Falleció el 16 de septiembre de 1968 y no le permitieron asistir a su funeral.

En 1969 muere su hijo mayor en un accidente de tránsito. Las autoridades le niegan el permiso para acudir a su entierro.

No obstante estos difíciles momentos, para Mandela la prisión es una escuela de paciencia y perseverancia.  
Desde su encierro, se las ingenió para hacer llegar sus documentos a quienes mantenían la llama de la resistencia, por lo que su nombre mantuvo protagonismo en la lucha por la libertad del pueblo sudafricano.

Es el hombre que no claudicó, que creyó en un sueño, que luchó toda su vida para alcanzarlo. Y lo logró.  
Para los sudafricanos, Mandela es y será siempre su abuelo venerable.

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