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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

Retórica incendiaria

09 de enero de 2021

No lo podemos creer. Al fin y al cabo, la democracia norteamericana es una de las más respetadas del mundo. Los estadounidenses se han regido bajo el imperio de la ley y por ello el ataque al Capitolio ha dejado al mundo atónito. La gran mayoría de líderes mundiales han condenado la agresión de los supremacistas blancos seguidores de Trump, con algunas excepciones, como la de los cavernarios López Obrador, quien declara que México no interviene en los asuntos internos de otros países o Bolsonaro, quien rehúsa condolerse y secunda las afirmaciones de fraude electoral de Trump.

Hemos sido testigos de cómo actúa la retórica incendiaria de un presidente que no se resigna a dejar el poder provocando un ataque al sacrosanto recinto de la ley y el orden.  El tiro parece habérsele salido por la culata porque la mayoría de ciudadanos de los Estados Unidos han expresado su rechazo al asalto al Congreso. Sin embargo, el saldo es lamentable: cinco muertos, diez y ocho policías heridos, algunos detenidos, pero sobre todo una vergüenza nacional que quedará como un ultraje indeleble.

 Los líderes mundiales de forma unánime han resaltado la robustez de la democracia americana. Y los líderes del Congreso norteamericano así lo asumieron. No perdieron ni un minuto en seguir con su trabajo. Acto seguido, ambas cámaras juntas se tomaron el tiempo con serenidad para oír a sus miembros y votar sobre las objeciones a los resultados de la contienda electoral. La democracia parecía resucitar luego del caos y el desorden. Las cámaras sesionaron maratónicamente de la noche a la madrugada para confirmar el triunfo de Joe Biden. Para afirmar los recursos de la democracia, pronto a veremos los resultados de la propuesta de Nancy Pelosi, la enérgica presidenta de la Cámara de Representantes, quien ya ha pedido la destitución de Trump invocando la vigésima quinta enmienda de la constitución, acusándolo de actos de sedición y golpe de estado.

Seguimos alucinados. La película que vimos el miércoles en la TV no pudo hacer otra cosa que hacernos reconocer ángulos de nuestra propia realidad. Era un escenario y una situación de tercer mundo. La prensa mundial nos ha convencido de que si vemos turbas violentas asaltando una sala de Congreso es porque se trata de una Banana Republic. Pero esta vez se trataba de un serio disturbio en el país cuya democracia siempre ha sido un referente para el mundo. El país de las libertades y las oportunidades. En esta vez, el propio presidente electo Biden tildó al acto violento protagonizado por los seguidores de Trump como un acto de “terrorismo doméstico”, una verdadera “insurrección”.

Cuando un líder convierte al poder en un asunto personal y sus seguidores lo respaldan fanáticamente, cuando no hay consistencia política en su discurso y cuando la arena electoral se circunscribe al capricho de un hombre enceguecido, el resultado es que hasta la democracia considerada ideal se agrieta.  “La tentación autoritaria solo precisa de una sociedad dispuesta a seguirle la corriente. No hay golpe en democracia que no se presente como una misión para salvar a la nación de alguna injusticia suprema y no hay golpista que no se crea legitimado para hacer lo necesario” dice Diego Fonseca en el New York Times, el refiriéndose a las turbas trumpistas el día de los hechos.

Desde aquí no podemos sino encontrar el eco de un horror semejante en las turbas enardecidas de octubre del 2019 destruyendo y quemando todo lo que estaba a su paso.  Las embestidas a la sostenibilidad democrática que presenciamos en todas las latitudes nos preocupan seriamente. Un intento de golpe no entra en las reglas de la vida política, no es un juego superficial, es una forma de anarquía profundamente desestabilizadora para la vida civil. No se puede clasificar un acto así como una simple una maniobra que desafía al poder. Intentos de golpe de estado como el que vimos en esta semana en los Estados Unidos y presenciamos en el 2019 en el Ecuador constituyen acciones premeditadas y provocadas por las mentes calenturienta de líderes obsesionados por permanecer en el poder. Por líderes a quienes no les importa el futuro de sus países sino que pretenden salvarse de la justicia de los pueblos que tarde o temprano caerá sobre ellos y castigará sus excesos y su corrupción.  

La instigación a la violencia hecha por la retórica incendiaria de Trump y Correa son una gravísima amenaza contra las democracias de nuestros países.  Tanto los Estados Unidos como el Ecuador deben evitar a toda costa que individuos tan peligrosos lleguen de nuevo a gobernarlos. Todo esfuerzo ciudadano y todo voto son indispensables para fortalecer la democracia en la que nos desenvolvemos. Nos enfrentamos a realidades complejas en donde deberemos hacer esfuerzos titánicos para construir una ciudadanía fuerte y consciente, para evidenciar la demagogia y evitar el caos y la insurrección.

 

 

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