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El Telégrafo

Réquiem por un sueño

20 de agosto de 2013

Hay días en la vida de las personas de un dolor infinito, por pérdidas de seres queridos, significativos para nosotros. Para esos días nos hemos inventado rituales que expresen nuestro dolor. Debemos sepultar a nuestros muertos, debemos llorarlos y hacer un luto por ellos. Nos han dicho que el luto hay que vivirlo y sufrirlo, para poder superarlo.

Hay días en la vida de sociedades enteras, de naciones, de países, en los cuales también nos enfrentamos a pérdidas desgarradoras. Días en los que los sueños colectivos colapsan y se convierten en finales trágicos, que nos afectan fuertemente. La sociedad ecuatoriana construyó un sueño, un grupo visionario lo impulsó, pero la mayor parte de los ecuatorianos nos apropiamos de él.

¿Cuántas ideas movilizadoras ha tenido nuestro país en su vida republicana? ¿Cuántos consensos tan contundentes como este se han generado en nuestra sociedad? Creo que muy pocos. Hoy, imposible negarlo, vivimos el luto, nos negamos a aceptar la realidad, se ha generado un pesimismo colectivo. La pregunta que me surge es si realmente vamos a enterrar este sueño. Y entonces, ¿dónde van a dar los sueños cuándo una sociedad debe enterrarlos?, ¿qué ocurre cuando las utopías sociales deben ser abandonadas?

Sospecho que las utopías, cuando se encarnan en los pueblos, no pueden ser sepultadas fácilmente.  Imagino que no resulta sencillo que una sociedad entera pueda olvidar lo que soñó. Los visionarios lanzaron ideas, poco viables quizás, en un mundo aún no preparado para ello, un mundo “hipócrita” nos han dicho, un mundo “egoísta” lo han calificado.  Ellos no imaginaron del todo cómo, la mayor parte de nuestra sociedad, iba a abrazar esa idea, y cuánto le iba a doler su fracaso.

Si investigamos la historia de las utopías sociales seguramente encontraremos ejemplos de cómo  fracasaron, pero generaron nuevas ideas movilizadoras y nuevos sueños. Muchos aprendimos en la universidad que la lucha de clases era el motor de la historia. En este  momento, me pregunto si no será la capacidad de soñar el verdadero motor de la historia.

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