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El Telégrafo

Reelecciones europeas

16 de noviembre de 2012

Los adversarios de los gobiernos populares latinoamericanos usan los principios republicanos según les conviene. Suelen compararnos desdeñosamente con los países europeos, pretendiendo que no tenemos la calidad institucional de ellos (a pesar de cómo esos países se hunden hoy en lo económico, con total falta de escucha de parte de sus autoridades). Supuestamente, ellos son el ejemplo que debemos seguir y que no sabemos alcanzar.

Lo curioso es que, cuando no les conviene a estos opositores, abandonan el ejemplo o pretenden distorsionarlo. Es el caso de las reelecciones presidenciales. Hemos escuchado a menudo decir que nuestros líderes intentan perpetuarse, por alguna secreta sed de poder pretendidamente hegemonista. Se lo ha dicho de Correa, se lo dice de Cristina Fernández de Kirchner. Ni hablar respecto de Chávez.

Pero en verdad se olvida decir que en Europa tales reelecciones a nivel presidencial o de Primer Ministro (según sea la denominación en cada país) son absolutamente rutinarias. De tal manera, lo dejó claro Baltasar Garzón en su reciente visita a la Argentina: un pueblo mantiene a sus gobernantes mientras quiera mantenerlos. Es todo. Simple y prístino, genuinamente democrático.

Los opositores supuestamente republicanos quieren disfrazar su necesidad como virtud. Pretenden que cuidan las instituciones, mientras en verdad temen ser arrasados en las urnas. Tratan de excluir electoralmente a las figuras de presidentes que gozan de amplio apoyo popular (p. ej. hoy, a pesar de las ruidosas manifestaciones de clase media y alta, en Argentina coinciden las encuestadoras en que Cristina Fernández ganaría en primera vuelta, por amplísima ventaja).

De Gaulle se instaló desde la Segunda Guerra hasta casi el final de los sesenta. Helmut Kohl gobernó Alemania por más de 15 años consecutivos. Felipe González estuvo en el sillón por tres períodos... los países europeos -tantas veces tomados como ejemplo- asumen como totalmente natural que existan reelecciones mientras el pueblo las quiera.

Las oposiciones le temen a la democracia, en la medida en que esta implica la efectiva asunción de la voluntad mayoritaria de nuestros pueblos. Están acostumbradas a no considerar a “los de abajo”, esa amplia capa olvidada y castigada, que ha sido convocada desde varios gobiernos latinoamericanos actuales, los que están sacándola gradualmente de su extrema postergación.

Es eso lo que no se tolera de parte de las oposiciones pretendidamente republicanas. Para ellos, la democracia es un símil de la República griega antigua: solo para propietarios. Los demás actores sociales, suponen ellos, debieran permanecer en el costado opaco e ignorado de la historia.

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