Muchas veces nos hemos preguntado sobre ¿qué sería del planeta sin humanos? ¿Qué pasaría con los animales, con los recursos naturales, la infraestructura, los bienes y servicios creados durante nuestra existencia? Nos hemos preguntado si ¿el planeta tendría de recuperarse ante la ausencia de más de siete mil millones de personas?
Actualmente los seres humanos nos encontramos aislados, guardados, con salidas esporádicas, con un consumo y circulación limitada, con interacciones modificadas y con impedimento de ocupar espacios cotidianos.
Ello ha generado malestar en gente que se muestra reacia a modificar sus formas de comportamiento frente a la crisis actual. Esta pausa colectiva nos vuelve a recordar que no somos indispensables para que la vida en el planeta siga su marcha; que sin humanos la naturaleza podrá recuperarse, que sin ella, en cambio, la humanidad no puede prolongarse y que maltratarla como lo hemos hecho, es atentar contra nuestra propia especie.
El covid-19 ha hecho del mundo un lugar frágil y diminuto, en donde al final todos hemos terminado hablando un mismo idioma. Esta pandemia ha acercado más al ser humano, la familia ha vuelto a reencontrarse, las prácticas habituales que habíamos considerado como determinantes están siendo reformuladas; pero sobre todo, hemos vuelto a reflexionar que la vida no es infinita.
Las lecciones de este aislamiento deben enfocarse en valores como la solidaridad, la empatía, la colaboración y el sacrificio. Esta pirámide de valores ha estado invertida por mucho tiempo y hay que reconocerlo.
El aire más limpio, la ausencia de ruido, los animales recuperando sus espacios, demuestran que la Tierra puede continuar su curso sin humanos. Esta pandemia debería hacernos entender que la vida siempre será primero y que el resto solo son accesorios. ¿Lo haremos? ¿Cambiaremos esa mentalidad individualista? Que la llegada de este virus nos haga más humanos. (O)