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Ecuador, 03 de Octubre de 2024
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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

Recuerdo ‘forajido’: diez años después

28 de abril de 2015

El 20 de abril de 2005 el pueblo ecuatoriano derrocó al ex-presidente Lucio Gutiérrez. Especialmente la población quiteña -desde la autoconvocatoria- levantó una jornada de reivindicación de la ética en la función pública. En las calles y plazas la gente elevó su voz de protesta por un régimen mediocre e ineficiente, sin motivación programática ni una adecuada planificación en función de patria.

La salida de Gutiérrez de Carondelet tan solo fue el desenlace de una triste historia orquestada desde la ambición y el ansia de poder. Paradójicamente, una de las promesas del exmilitar fue combatir la corrupción; sin embargo, ya en el Gobierno hizo todo lo contrario, porque reinó el nepotismo y la designación como altos funcionarios de personajes siniestros para  la Cosa Pública (Bolívar González, Carlos Arboleda, Napoleón Villa, Renán Borbúa, entre otros). Su gestión -desvalida de un proyecto nacional- estuvo envuelta en el escándalo y la improvisación. La ambigüedad retórica, los errores de fondo y forma, y los actos reñidos con la ley dejaron en pésimo sitial a nuestro país en el concierto internacional.

Pero el ascenso y caída de Gutiérrez tuvieron sus antecedentes en la revuelta del 21 de enero de 2000, que devino en la remoción de Jamil Mahuad, en medio de una fuerte crisis económica e inestabilidad social. El levantamiento indígena surtió efecto, con el apoyo de militares alzados -entre ellos el mencionado coronel-, quienes protagonizaron tal insurrección.

Desde aquella fecha, Gutiérrez entró en el escenario político local. Tras meses de cárcel y una posterior amnistía, su interés estaba direccionado a captar la Presidencia de la República, para lo cual conformó Sociedad Patriótica (SP), y una alianza con Pachakutik y el Movimiento Popular Democrático, con quienes alcanzó su objetivo desde el 15 de enero de 2003. Desde el inicio de su administración, la polémica, la intolerancia, la banalización de los actos, la conflictividad, la represión oficial, la arrogancia de sus colaboradores, acompañados de rectificaciones tardías fueron elementos cotidianos.

Sus limitaciones como gobernante se hicieron sentir en todo instante. Las contradicciones se expresaron en aspectos como la citada convergencia de izquierda, y a la par, una directa colaboración de personajes de tendencia neoliberal capitaneados por Mauricio Pozo, y de grupos de la bancocracia como Guillermo Lasso, quien se desempeñó como embajador itinerante. Por eso, no fue de extrañar su acercamiento al socialcristianismo y, luego, el pacto parlamentario con el PRE y el Prian, con el afán de tomarse las restantes funciones del Estado, en un evidente quebrantamiento jurídico. En ese ambiente de caos institucional, el retorno de Abdalá Bucaram fue parte del banquete gutierrista.   

Ante lo dicho, es necesario visualizar la pérdida de brújula del movimiento indígena y de otras fuerzas progresistas que, de manera entusiasta, propugnaron el apoyo a Gutiérrez, sin considerar su escasa preparación política y debilidad ideológica que lo llevó a someterse a los designios norteamericanos, ni bien tomaba posesión de su cargo presidencial. Nadie duda de la buena fe de esas fuerzas sociales y políticas que anhelaban un cambio radical en las estructuras del país, y que marcaron distancia tras una tortuosa relación con el gutierrismo, pero en la política criolla no caben ingenuidades y fue visible su posición utilitaria en los afanes funcionalistas que fueron favorables al cálculo electoral del ‘dictócrata’. (O)

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