A3.400 metros hay una pequeña comunidad en la provincia Cotopaxi. Es una comunidad que no ha sido alcanzada por la Revolución Ciudadana ni por las misiones independientes. Es una comunidad olvidada por su país (desde hace dos décadas). Una comunidad donde los derechos todavía son considerados favores. Donde las distancias son travesías y las necesidades básicas se convierten en lujos. Es una comunidad “desconectada”, donde seguramente no podrán leer estas palabras. Esa comunidad se llama Chugchilán.
¿Cuál es la solución a los problemas de Chugchilán? La solución no es repartirles fundas de caramelos y juguetes en Navidad. No lo es porque con eso los estamos despreciando un poco más. Estamos diciendo que ellos solo son importantes una vez al año. Estamos diciendo que ellos no son dignos de sus derechos, sino únicamente de nuestras sobras. La solución es incluir. La solución es integrarlos a nuestro quehacer político. Convencerlos de su posibilidad de autogestión, de sus posibilidades por ser, verdaderamente, ecuatorianos.
Y con estas “labores sociales”, que en el mayor de los casos sirven para que bienintencionados se sientan realizados y moralmente a gusto con ellos mismos, también quitamos su libertad. Es decir, les decimos que es lo material lo que edifica, no el contacto, no el darse, no el compartir ni la integración; no la libertad que tiene la vida íntima de la comunidad. Les decimos que en Navidad debemos buscar que nos sirvan los bienes, cuando el mensaje parecería ser otro, cuando el hijo de Dios vino a servir, no a ser servido.
Resulta una salida fácil quejarse del consumismo. Sería fácil decir que debemos asumir los valores reales de la Navidad. Los valores de la Navidad no son estacionales. El darse por completo, el amor y la paz no pueden ser valores exclusivos de una fiesta. E incluso estos se presentan superficiales cuando uno se encuentra acorralado por todas las manifestaciones de los excesos y la opulencia que no terminan de cuajar con la idea de un rey que nació en un establo.
En Chugchilán lo importante es lo que nos puede resultar asumido. No es cuestión de sentir pena; es cuestión de brindar las herramientas. No demostramos nuestra preocupación cuando llevamos lo que nos sobra (regalos, comida o tiempo), sino cuando vamos a acompañar, a darnos completos. Recordemos que el hijo de Dios no vino a dar agasajos. Vino a darse. Y recordemos que cuando llegaron para darle regalos al Redentor, Dios sonrió al niño que tocaba el tambor. Ropoponpón.