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El Telégrafo

Recordando a Columbine

27 de julio de 2012

Yo nunca he sostenido un arma. Nunca he disparado un arma. No conozco más calibre que las complejidades borgianas de la novela policial. Mi mayor aproximación a una pistola ha sido “Happiness is a warm gun”. Sin embargo, entiendo que el fin último de un arma es hacer daño. No es un fin colateral. Es la razón misma del arma.

Mi auto sí resulta en una herramienta potencialmente mortal. Entonces hay un diagnóstico de idoneidad previo. Hay una escuela donde soy preparado técnica, legal y moralmente para eventualmente ser licenciado por un organismo oficial que hará chequeos permanentes y, muchas veces, a manera de impromptu. La nueva legislación es particularmente severa con aquellos infractores de la ley de tránsito. En especial en aquellas situaciones donde el fin colateral de conducir un auto resulta en la muerte.

En la matanza de Colorado, cuando James E. Holmes disparó, en medio de una nube de gas lacrimógeno, una de las tres armas que llevaba encima, hubo una serie de controles. Hubo control para proteger a los niños de la violencia (la violencia en la pantalla).

Hubo control en la sala de cine para regular las salidas de emergencia. James E. Holmes no tuvo que pasar ningún tipo de control para obtener las armas. Incluso a pesar de haber almacenado miles de municiones, una escopeta, un rifle y dos pistolas en los últimos dos meses.

La respuesta del representante conservador tejano Louie Gohmert fue sugerir que si el tiroteo hubiera sucedido en su Estado, donde un mayor número de ciudadanos llevan armas, el asesino habría sido rápidamente ejecutado. La respuesta a la violencia parece ser la violencia.

La salida lógica a una balacera sin sentido debe ser la justicia del Viejo Oeste. Y, a pesar de la ironía, la reacción del ciudadano promedio de Colorado fue ir a una tienda de pistolas y armarse. Esto en un país donde en 1959 el 60% de las personas aprobaba una restricción en la portación de armas, y varias masacres y 50 años después el porcentaje ha bajado al 29%.

Una sociedad mediáticamente violenta, donde hay un celo académico organizado por calificar absolutamente toda producción audiovisual y, a pesar de esto, hay un sentido de terror y agresión implícita en cada una de estas. Algo que evidencia la producción de violencia aleatoria transformada en casualidades civiles.

Peor aún, estas producciones, que sucederán a pesar de la restricción, son facilitadas y perfeccionadas ante la disponibilidad. Una sociedad armada que está más dispuesta a fantasear con las emociones provistas por ficciones pistoleras al recordar “Bowling for Columbine

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