Hacia dónde vayan los Estados Unidos le preocupa a todos quienes creen en la necesidad de que exista un ordenamiento político, jurídico, y económico, tanto regional como planetario.
Si el señor Obama no ha llenado las expectativas que motivaron su elección, culpa es de los obstáculos republicanos, y de la falacia de los jerarcas demócratas.
No obstante, muy probablemente será reelecto por el demérito de los candidatos republicanos que aspiran a la
nominación.
En días pasados, hablando de Newt Gingrich, el republicano con más opciones para ser nominado, el Financial Times dijo que la mayoría de sus contrincantes son unos “aparentes cretinos”.
Del incauto y mordaz George W. Bush, cuando era candidato, dije en esta misma columna: “Con todo respeto, no lo respeto”. De Newt Gingrich, digo hoy que no confío ni guardo esperanza.
A alguien que le participó a su primera esposa la decisión de divorciarse, cuando ella estaba hospitalizada recuperándose de una operación de cáncer, y que se divorcia de la segunda ocho meses después de que le diagnosticaron esclerosis múltiple, no merece que se le confíe ni un saco de alacranes. Ella contó en una entrevista televisiva que, antes de separarse, Gingrich le propuso “una relación abierta”, con espacio para otras mujeres.
El voto de la mujer americana sabrá castigar a quien acostumbra descartar a sus esposas, cuando ellas se encuentran en tal etapa de debilidad que les impide enfrentarlo adecuadamente.
Causa abulia que haya escrito veinte libros de variados y sorprendentes temas, como uno titulado “Cinco principios para una vida exitosa”. Crea escepticismo su fascinación por la ciencia ficción salpicada de erotismo, que le hace decir en uno de sus libros “¡Imagínense el sexo sin gravedad!”, pues está convencido de que llegará el día en que la gente se irá de luna de miel a la Luna. No es ninguna ventaja que tenga un doctorado sobre el Congo Belga, ni que se compare con Churchill y De Gaulle. Pero asusta que cuando lideraba el Congreso americano escribió un libro donde dice “Tengo una enorme ambición personal. Quiero cambiar al planeta entero”.
En buena hora, ni Calígula ni Nerón fueron inquilinos de la Casa Blanca. El inmenso poder al tomar sus decisiones desde el Salón Oval haría desaparecer a la civilización occidental.
¿En qué momento se extravió el cacareado puritanismo republicano, que le negó a Nelson Rockefeller -uno de los mejores gobernadores del Estado de Nueva York- la candidatura a la presidencia por la deshonra de ser divorciado?