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El Telégrafo

Quinto grado C

08 de febrero de 2013

Hace un par de semanas, coincidimos con Luis León Brito en la panadería del barrio. Nos conocemos desde hace varios años porque somos vecinos. Periodista de profesión y catedrático universitario, “Lucho” siempre tiene temas interesantes para la tertulia. Me relató una historia, la misma que –con su autorización– me permito compartir con ustedes, amables lectoras y lectores.

Transcurría el año 1973. Luis trabajaba como profesor del quinto grado C en la escuela La Salle de Guayaquil. A su salón de clases asistían 53 niños, entre los 10 y 11 años de edad. Allí estaban –entre otros– los inquietos: Pérez, Arcos, Erazo, Sicles, Galarza, Paredes, Solano, Punina, Roggiero, Cordero, Latorre, Dávila.

Como era usual en aquellos años, había una pregunta que el profesor formulaba a sus estudiantes: “¿Qué te gustaría ser cuando seas grande?”. Hubo varias respuestas: ingeniero, médico, economista, profesor, abogado, arquitecto, etc.

Hubo un niño que –al tocarle el turno– con seguridad manifestó: “Yo voy a ser Presidente de la República”. La frase causó sorpresa en unos, sonrisas en otros, admiración en la mayoría. Luis León volvió a preguntar. La respuesta fue exactamente la misma; pero con más firmeza que en la primera ocasión. No quedó entonces en el profesor, ni en los compañeros de aula, espacio para la duda.

Luis conversó con el estudiante en el recreo y le sugirió la lectura de dos libros: “Huasipungo”, del ecuatoriano Jorge Icaza Coronel y “La muerte del cóndor”, del escritor colombiano José María Vargas Vila. El primero, para que el niño conociera la atormentada vida del indígena de la Sierra ecuatoriana, como consecuencia del despotismo y la explotación del dueño de la hacienda. En aquella época, las grandes propiedades se vendían “con indios y todo”. El segundo, con el objetivo de que se informara sobre la vida, obra y trágica muerte del general Eloy Alfaro Delgado. Luego de leídos, los libros fueron devueltos.

El niño agradeció a su profesor y comentó algunos aspectos que le interesaron sobre el contenido de las dos obras.

Hay libros que señalan caminos, que sensibilizan, que comprometen. Sin duda, hay lecturas que nos hacen mejores.        

Que un niño de apenas 10 años de edad conozca con certeza lo que será de grande, es algo que a muy pocos les sucede en la vida. Este hecho puede servir como referencia para explicar las acciones del adulto.

Ese niño –que en el año 1973 tenía diez años– era Rafael Vicente Correa Delgado.

Espero encontrarme con “Lucho” nuevamente, para entregarle una copia de este artículo. Es probable que la conversación se prolongue por varias horas… y los panes –otra vez– lleguen bastante tarde a casa.

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