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El Telégrafo

¿Quién asesinó a Gaspar Hauser?

30 de mayo de 2013

Nuremberg, Alemania, año 1828. Era una mañana de domingo y los parroquianos acababan de salir de misa.  De repente, por la calle principal, apareció un joven extraño, de noble apariencia, pero vestido como humilde campesino. Nadie podía identificarlo. Caminaba, vacilante, y observaba con sorpresa a todas las personas a su alrededor, como si nunca hubiese visto a ningún ser humano.

El joven traía un cartel colgado al cuello, con esta leyenda dirigida al alcalde de la ciudad: “Hace quince años este muchacho fue abandonado en mi puerta. Soy un pobre peón y no puedo alimentarlo. Este joven nunca ha salido de mi choza. Es para su servicio. Si usted no puede atenderlo, mátelo, pártalo en trocitos, déselo de comer a los chanchos, o cuélguelo de la chimenea. Haga lo que quiera”.

Gaspar Hauser había vivido siempre en el cuarto de una choza ignota, en medio de la oscuridadEl joven vestía una camisa que, aunque deshilachada, era de seda muy costosa, como solo los nobles podrían tenerla. Pasado el primer momento de asombro, el joven pronunció sus primeras palabras, que fueron las únicas que sabía decir: “Me llamo Gaspar Hauser y quiero ser soldado como mi padre”. Era la única frase que le había enseñado el desconocido personaje que lo había mantenido encerrado toda su vida.

Gaspar Hauser había vivido siempre en el cuarto de una choza ignota, sin conocer siquiera el rostro de la persona que le entregaba la comida en medio de la oscuridad.

Pero en poco tiempo, en contacto con el mundo, Hauser aprendió a hablar y a leer y a escribir, y pudo contar su vida entera, de cómo pasó atrapado en un calabozo, sin conocer a su cuidador, sin imaginar que existían casas o calles, o cómo sería su rostro, o el de las otras personas.

Este joven se vio rodeado por la leyenda, en Alemania y en toda Europa. Pero, curiosamente, se convirtió en un objetivo deseable para una mano oscura que lo quería borrar del planeta. Un día quisieron acuchillarlo en su dormitorio. El atacante escapó. En otra ocasión le hicieron un disparo que le pasó rozando el cuello. Así se repitieron los atentados y Hauser redobló las seguridades, hasta que una noche terminó la suerte y Gaspar Hauser fue degollado mientras transitaba por una callejuela oscura.

Dicen que Gaspar Hauser era un príncipe sacrificado para impedir su acceso al trono. Y que algún reyezuelo, en alguna parte, recibió con un suspiro de tranquilidad la noticia de su muerte.

Hoy, su nombre y su vida toda, como su final, siguen sumidos en el misterio. Sus pasos se siguen escuchando en esos territorios tramposos de lo desconocido y lo imposible, aunque real. Nunca se sabrá quién -ni por qué- asesinó a Gaspar Hauser, aquel hombre con camisas de seda deshilachadas. En ajedrez, también los reyes son presas deseables. Pero acá sí se sabe quién da el golpe final.

En Nuremberg juegan Holzhausen y Tarrasch, 1912.

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