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El Telégrafo

Que venga la paz a Gaza

27 de noviembre de 2012

De manera epidérmica, el mundo percibe a Gaza como el sangriento escenario donde se enfrentan israelíes y palestinos, y que en sus calles la transportación es motivo de competencia entre muy modernos vehículos y carretas tiradas por burros.

Sobre Gaza se han vertido criterios que casi siempre no están apegados a la realidad. Como por ejemplo, que “es una de las regiones más densamente pobladas del planeta, con una superficie de 360 kilómetros cuadrados y una población de 1,6 millones de habitantes”. Guayaquil mide menos, 344 kilómetros cuadrados, y tiene una población mayor, es el hogar de 2,5 millones de seres humanos. 

Cuando en el verano de 2005 los arqueólogos que trabajaban en las afueras de la ciudad encontraron los restos de la antigua ciudad griega de Antidon, quedó demostrada la extraordinaria riqueza que Gaza tuvo en el pasado. 

Los griegos no fueron los únicos que transitaron la región. Los egipcios, los persas, los romanos, los turcos, los cruzados, Napoleón Bonaparte y los británicos de la era victoriana también dejaron ahí sus huellas. Gaza es una de esas muy antiguas ciudades vivientes, a cuyo patrimonio no se le ha prestado atención, pero bajo los conjuntos residenciales construidos a la carrera se esconde una gran civilización. 

En la época en la que la famosa biblioteca de Alejandría le granjeó a la zona el apelativo de ser el centro de la civilización, justo al cruzar el Sinaí, Gaza era también conocida como un lugar de aprendizaje y erudición. Gerald Butt, autor de “Gaza at the crossroads”, acaso el más autorizado libro sobre la historia de la zona, nos informa que la ubicación geográfica estratégica de Gaza determinó que por más de 3.500 años sea muy importante para cualquier nación que deseare controlar la región.

Desde el inicio del levantamiento palestino en 2000, el Ejército israelí, luego de numerosas incursiones, instaló puestos de control y restringió el desplazamiento de los palestinos.

En 2004, el Parlamento israelí aprobó un plan presentado por el primer ministro Ariel Sharon, ordenando que para finales de 2005 se evacuarían los 21 asentamientos judíos donde vivían más de 8.000 personas, que efectivamente fueron desalojadas por el Ejército israelí como parte del plan de retirada del ex primer ministro de Israel, que entendía la necesidad de construir una paz duradera.

Ante la ausencia de Europa, la obtención del alto al fuego ha resaltado la gestión diplomática del nuevo Egipto presidido por el musulmán Mohamed Morsi. El cese de las mutuas agresiones entre Israel y Hamás sirve a los propósitos de ambos. Ganaron algo con un enfrentamiento que se debió evitar. La posición del primer ministro Benjamín Netanyahu, de oponerse a que la Asamblea General de la ONU reconozca a la Autoridad Palestina como “Estado observador”, dificulta la paz en la región, que tanto ha deseado Ariel Sharon.

Es de desear que, en su segundo mandato, Barack Obama se decida a gestionar, con las nuevas condiciones objetivas que se han presentado, un proceso de paz que ha estado abandonado dos años.

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