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El Telégrafo

¡Qué tipo tan raro!

13 de junio de 2013

Todos estamos hechos de luces y de sombras. Pero hubo un hombre que mostró con intensidad sus lados oscuros y sus noblezas deslumbrantes. Para conocerlo debemos viajar a la Rusia de finales del siglo XIX. Allí vemos a un campesino viejo, de barba borrascosa, doblado sobre la tierra, ayudando a sembrar papas en la tierra de otro campesino pobre. Dedica su tiempo a hacer zapatos para los más humildes, a enseñar a los niños en una escuelita que él mismo ha edificado, y a hacer todo lo posible por dignificar la vida de los más necesitados.

Este hombre, con las manos llenas de tierra, con su rostro severo y su espalda gacha, bordeaba los ochenta años y, cuando joven, fue el más irreverente y desenfrenado de todos los seductores de su época. Se llamaba León Tolstoi, el famoso novelista.

Tolstoi era un tipo contradictorio, raro, hecho de luces y de sombras: como todos nosotrosDespués de tener muchas mujeres, y pasada la treintena, conoció a Sophia, una jovencita de 18 a la que le ofreció matrimonio. Ella aceptó y, de acuerdo con la época, sugirió la boda para un año más tarde. “¿Estás loca? No voy a esperar ese tiempo”, le dijo Tolstoi. Ella, presionada, aceptó el matrimonio para un mes más tarde, argumentando que no tenía ajuar, ni ropa. “No te preocupes por ropa porque no la vas a necesitar. Mientras yo esté a tu lado, siempre estarás desnuda”.  

En efecto, se casaron a la semana. Y en el corto viaje en carroza, entre la iglesia y la casa de Tolstoi, algo sucedió. Sophia, la recién casada, le escribía a una amiga una carta en la que lo contaba: “Quiso desvestirme a la fuerza. Dios mío… si esto es el amor…”.  

Al llegar a la casa campestre de Tolstoi, donde pasarían la luna de miel, una criada limpiaba el piso, con un bebé cargado a sus espaldas. “Ese es mi hijo”, dijo Tolstoi. Y enseguida le regaló a su joven esposa un diario con la lista de sus antiguas amantes y hasta de sus enfermedades íntimas, adquiridas en tantas batallas amorosas. Pero, misterios de la vida, la pareja tuvo trece hijos y duraron juntos casi 60 años.

Pasados los años, aquel seductor impenitente, miembro de la nobleza, entró en crisis religiosa. Se hizo místico y empezó a predicar la pobreza, al estilo de los cristianos antiguos. Cuando arreció sus críticas a la riqueza de la iglesia, fue excomulgado. Quiso entregar toda su fortuna a los pobres, pero su cónyuge lo impidió. Decidió abandonarla, para convertirse en mendigo, y murió a los diez días, cuando su esposa y su hija, lo encontraron agónico, en una estación de tren. “Tantos humanos sufren en el mundo. No está bien que solo se preocupen de mí”.  Esas fueron sus últimas palabras. Tolstoi era un tipo contradictorio, raro, hecho de luces y de sombras: como todos nosotros.

En ajedrez también importa lo que está escondido. Levenvis vs. Rauzer, Moscú 1933. Juega el negro.

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