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El Telégrafo

¿Qué será de hacer? (II)

11 de diciembre de 2013

Me llega una carta de comentario a mi artículo anterior. En ella se afirma que no siempre  el hombre es quien agrede, y se describe una situación real en la que la mujer es quien se porta de una manera muy poco recomendable, agrediendo físicamente a su esposo y manteniendo otro tipo de conductas inconvenientes en su hogar. Sin que se pueda dudar de lo afirmado, me atrevería a decir que lo que esta carta cuenta es una excepción. Lo cual, obviamente, no justifica para nada a quien comete este tipo de actos contra su pareja y su prole.

Más allá de que se haya comprendido o no la intención con la que escribí mi artículo de la semana pasada, debo explicar que mi  texto no estaba en contra de los hombres ni era una diatriba a favor de la sanción a los agresores o agresoras. Más bien se refería inicialmente a que, en un caso de violencia intrafamiliar, sea esta
perpetrada por el hombre o la mujer, se tiende a atender a las víctimas bajo el concepto de que son quienes están más afectadas por esta situación, pero que, si nos ponemos a ver, también quienes agreden necesitan algún tipo de atención, más allá de que se les aplique o no cualquier tipo de sanción.

Decía el artículo que una persona, hombre o mujer, que maltrata a quien afirma amar o haber amado, no se encuentra plenamente en sus cabales.

Una persona, hombre o mujer, que maltrata a quien afirma amar o haber amado, no se encuentra plenamente en sus cabales.No es lo mismo agredir, maltratar o hacer cualquier tipo de daño a un desconocido o desconocida, que hacerlo con quienes habitamos y a quienes decimos tener infinito cariño. Y así como es importante animar a las víctimas (mujeres y hombres maltratados, niños y niñas que también sufren este tipo de abusos) a defenderse y a defender su derecho al respeto a una integridad física y psicológica, también es importante echar una mirada a quienes perpetran las agresiones. Pues si bien una sanción (multa, privación de libertad, prohibición de acercarse a sus víctimas) puede resultar conveniente en determinado momento, también es conveniente animar al agresor, no solo a reflexionar acerca de su conducta, sino a mirar el dolor espiritual, el trauma o el terrible ejemplo de su infancia que sembraron en su alma tanta sed de violencia o de venganza.

Si bien una sanción puede resultar útil, en una relación familiar de violencia y maltrato también es necesario atender al agresor, no para justificar o perdonar lo injustificable e imperdonable, sino como una manera de prevenir y, sobre todo, de sanar las causas y las consecuencias de este grave problema social.

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