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El Telégrafo
Melania Mora Witt

¿Qué pasa en México?

18 de octubre de 2014

Creo que hablo por una gran mayoría de latinoamericanos, al decir que el país -ajeno al propio- más conocido, ha sido México. Desde la infancia nos identificamos con nombres y regiones a través de su cine.

En nuestro hogar escuchábamos los hechos de la Revolución, con una aureola romántica alrededor de las figuras de Villa y Zapata. La música mexicana y sus intérpretes eran considerados nacionales. Más tarde supimos de las grandes figuras de la plástica, especialmente de los muralistas, así como de sus escritores, comprometidos con el tiempo y circunstancias heroicas en que vivieron.

Por mi padre, vinculado espiritualmente con la República Española y su tragedia, supe que a través de uno de sus prohombres, el presidente Lázaro Cárdenas, México fue refugio para gran parte de la diáspora hispana, constituida mayoritariamente por intelectuales y gente de la cultura. La voz de México en el contexto internacional era esperada y respetada: estuvo sola y digna al no romper con Cuba y al hacerlo con el Chile de Pinochet y ser la última en reanudar nexos con España tras el franquismo.

¿Quién no ansiaba conocer México? Muchos de sus espacios nos eran familiares desde la imaginación, pero el deslumbramiento fue igual. La inmensidad de su capital, la legendaria UNAM, sus monumentos y museos, la cordialidad de su gente, nos conmovieron de tal modo que ese país se constituyó en objeto de varias visitas en las cuales siempre había algo nuevo por descubrir y celebrar.

En el último tercio del pasado siglo las cosas empezaron a cambiar. Primero fue Tlatelolco y su impacto brutal, porque no podíamos comprenderlo en el contexto de la historia de ese gran país. Se sucedieron acontecimientos que ensombrecieron cada vez más nuestra visión. Chiapas, y noticias alarmantes sobre hechos de corrupción desde las más altas esferas. La respuesta democrática parecía venir de una nueva fuerza: el PRD. Su acceso al poder se suponía inminente, pero los intentos se frustraron en procesos electorales poco claros que sembraron dudas acerca de si el camino democrático era posible. El neoliberalismo carcomió las conquistas sociales acentuándose la desigualdad e incrementándose los conflictos.

El narcotráfico comenzó a sembrar de terror y muerte importantes extensiones de su geografía, con el agravamiento de su penetración en esferas policiales y gubernamentales. Una violencia persistente traía en forma continua noticias de crímenes, especialmente contra mujeres, en el Norte. Cada vez con más frecuencia el nombre del país se asoció a decenas de ejecuciones, fosas comunes, ajusticiamientos, frente a un aparente descontrol o falta de voluntad para poner toda la fuerza del Estado en combatirlo.

Hoy sobrecoge la desaparición de 43 estudiantes tras una protesta. Pensar en la desesperación que embargará a sus familiares destroza el corazón. El mundo está pendiente y se suceden las manifestaciones por su esclarecimiento.

¿Qué ha pasado para que esta tragedia continúe, pese a la protesta internacional, y que el silencio haya reemplazado al ‘México insurgente’?

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