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El Telégrafo
Christian Gallo

Put on your red shoes

05 de abril de 2022

A inicios de la década de los 80, el multifacético David Bowie intentaba volver a reinventarse como tantas veces lo había hecho. Luego de su apogeo artístico en la denominada “Trilogía de Berlín”, Bowie buscaba iniciar un nuevo período que reflejase en ventas su calidad artística, cuestión que, con sus últimos tres discos, lamentablemente no había alcanzado.

 

Atrás quedaban los personajes que otrora había interpretado como Major Tom, Ziggy Stardust, Aladdin Sane o the Thin White Duke. Ahora, un Bowie con hambre comercial, trataba de volver a pegar en el mercado americano que había abandonado desde su ya lejano “Station to Station” de 1976. 

 

Así, la publicación de “Scary Monsters (and Super Creeps)” en 1980, representó su triunfal regreso a las listas de éxitos y con ello tambíen un nuevo y necesario triunfo comercial. No obstante, Bowie buscaba otro sonido, algo que lo alejase de su anterior período y que lo pusiese a la vanguardia.

 

Para quienes conocen la historia de David Robert Jones (David Bowie), no es ajeno saber de su afición por la música afroamericana de segunda mitad del s. XX. En efecto, tanto “Diamond Dogs” como ”Young Americans”, son álbumes impregnados de un alma soul y funk propio de la Motown de los setenta. De ahí que, para el proyecto que buscaba crear, no dudó  en contactar como pruductor con Nile Rodgers, guitarrista de “Chic”, grupo histórico de música disco.

 

De esta forma nació “Let’s Dance” (1983), el álbum más vendido de toda la carrera musical de David Bowie y por tanto su álbum más pop. Con críticas mixtas, el álbum en su tiempo fue acusado de ser “demasiado simple”, “ belleza superficial” e incluso de “descaradamente comercial”. Pero que el ritmo no nos engañe. Entre todo lo que Bowie regaló a la cultura popular, resaltan de manera particular los mensajes que, en forma de un metalenguaje, abundan en sus canciones.  De ahí que, aunque parezca que la letra de varios de los éxitos que integran “Let’s Dance” son simples, en realidad van mucho más allá del mero texto. Así, por ejemplo, “Modern Love” (que hace referencia a la relación entre Dios y el hombre y claro, en medio de ello, el concepto de amor en la modernidad) o “China Girl” (canción “prestada” a su buen amigo Iggy Pop, y que en las propias palabras de Bowie hace referencia a totalitarismo, invasión y explotación) son perfectos ejemplos de lo dicho.

 

Sin embargo, el tema que hoy nos ocupa, es otra canción. Me refiero al primer sencillo del álbum y que, curiosamente, tiene el mismo titulo que este. “Let’s Dance” es una de las canciones más conocidas de Bowie, con un ritmo dance rock y una letra sencilla, que parece no decir mucho. No obstante, su video habla por ella.

 

¿De que trata el video de “Let’s Dance”? Bueno, quizá se sorprenda en leer que no es sino una poderosa alegoría política sobre el avance del capitalismo. Expliquémoslo un poco:  en la década de los ochenta, Bowie disfrutaba mucho pasar tiempo en Australia. Ya ahí, tuvo contacto con la cultura australiana y tomó conciencia del desplazamiento y aniquilación de los aborígenes australianos. No es de extrañar entonces que haya querido dedicar el videoclip de su primer sencillo a ellos.

 

En el videoclip de “Let’s Dance”, Bowie utiliza a una familia de aborígenes australianos para mostrar la progresiva “adaptación” de estos a las sociedades modernas, no sin antes exponer la explotación a la que son sometidos. Para esto, el autor usa un símbolo que, curiosamente, conecta tanto al video con la canción: los zapatos rojos.

 

¿Qué simbolizan los zapatos rojos para Bowie en el video? El objeto del deseo inalcanzable y la causa de las desgracias de la familia de aborígenes. En palabras de John O’Conell, los zapatos rojos en el videoclip de “Let’s Dance” no representan otra cosa que el capitalismo blanco y las bondades que este “ofrece” pero que quedan fuera del alcance de quienes lo desean. De ahí que, a lo largo del video, todo pasa por los zapatos rojos: la separación de la comunidad, el sometimiento a condiciones de explotación por parte de quienes verdaderamente los portan, la búsqueda incansable de obtenerlos y finalmente su destrucción y desprecio.

 

Que Bowie fue el último genio musical, nadie lo discute. Que cada año que pasa desde su partida la cultura ha perdido, es indudable. Que siempre es necesario regresar a su obra para encontrar datos que desconocíamos, es siempre necesario. 

 

Espero querido lector, no haberlo agotado con el relato sino más bien que lo que antecede haya sea ocasión para revisitar la magnífica música de David Bowie, mirar una vez más sus videos y por qué no, añadir un significado más a los zapatos rojos, pues  en tiempos como los que vivimos, donde los símbolos son tan importantes, quizá sea conveniente regresar a ver al pasado y entender las formas ocultas de la propaganda que tanto obsesionaban a Bowie y  de las cuales  ya hablaba Vance Packard  en 1957.

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