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El Telégrafo

Puntos culminantes del papado (V)

29 de abril de 2013

Toda la historia de los templarios transpira por doquier mitos y leyendas; se trata de una orden sacerdotal y militar que rinde cuentas solo al Papa y cuya misión es defender a los cruzados de los múltiples peligros que los acechan en su ruta a Jerusalén.

En poco tiempo se convierte en una poderosa organización de combate, la primera en el ataque y la última en la retirada.

También administra tan eficientemente los bienes que le encargan los cruzados que cuando ellos retornan los encuentran fructificados; además, crea un sistema semejante al bancario. En esa época, la orden del Temple es más rica que el mismo Felipe IV, pese a que sus miembros cumplen rigurosamente el voto de pobreza al que se sometieron al ingresar.

Felipe IV, que siempre ha reinado con premuras económicas, quiere entrar al Temple para controlar sus riquezas. Su compadre, Jacques de Molay, el último gran maestre de esta orden, le indica que debe iniciarse como aprendiz. Pero como al rey le falta tiempo y dinero, habla con Clemente V, que le debe el papado; lo que se hace igual se deshace, dicen que le responde el Papa.

El viernes 13 de octubre de 1307, los templarios son simultáneamente arrestados para  ser sometidos a torturas bárbaras con el fin de que confiesen supuestos delitos; desde  ese entonces, el viernes 13 es considerado día de mal agüero. Se cuenta que en la noche de la Candelaria de 1314, cuando de Molay es quemado vivo frente al Louvre, ve que Felipe IV y Clemente V se regocijan de su ejecución; entonces, los maldice a todo pulmón y los conjura para que antes de un año se encuentren ante el Señor para que Él juzgue quién es culpable y quién inocente. Cierto o no, los maldecidos mueren antes de ese plazo.

La Iglesia se queda sin cabeza hasta que Felipe V, hijo de Felipe IV, en 1316 encierra a los cardenales en Lyon y los alimenta con pan y agua hasta que elijan papa.  Durante el cónclave le da patatús al cardenal Jacques Duèze, de edad muy avanzada para la época, por lo que los demás cardenales, para zafarse del encierro, lo eligen papa; pero se equivocan profusamente porque Juan XXII, nombre que toma el nuevo papa, gobierna en Aviñón durante dieciocho años.

La maldición del último templario surte efecto sobre la dinastía de Felipe IV, cuyos hijos no dejan heredero legítimo al trono de Francia, y sobre la Iglesia católica, que se vuelve bicéfala, o sea, que tiene dos papas, uno en Roma y otro en Aviñón. Este cisma dura hasta que el concilio de Constanza, en 1417,  nombra papa único a Martín V.

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