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El Telégrafo

Pulcritud

08 de octubre de 2013

Sabido es que si cada persona se exigiera a sí misma la décima parte de lo que exige a las demás, otro gallo le cantaría a la humanidad entera. Pero como consta en la experiencia diaria, la gente es experta en pedir al resto lo que ella misma no hace por falta de voluntad, de capacidad, o porque llegado el momento no le importa transgredir sus propias reglas… o las de los de su equipo.

Se trata de jugar limpio, de manejarse en el escenario con pulcritud, y si nos ponemos a reflexionar desde la táctica, de no darle argumentos al enemigoPor eso no debería sorprender la cuña publicitaria de “La Megan”. Siempre pareció que era un personaje de ficción con el que se quería representar a otros niños en circunstancias similares. Y sería de esperar que así sea. Porque de otra forma se podría estar hablando no solamente de una falta de consecuencia con aquello que se ha propugnado (y hasta se ha castigado) durante todo el régimen, sino también de una innecesaria muestra de cinismo que no cabría en un ámbito respetuoso de los derechos de las personas. No se puede entender cómo mientras una obnubilada jueza de la Niñez y Adolescencia más papista que el Papa prohíbe la circulación de un libro por la imagen de una niña en la publicidad del lanzamiento, a otra niña (sobre todo si es real su existencia) se la exhiba impúdicamente en gigantescas vallas publicitarias por todos los caminos del país. No importa si la prohibición se revocó a las pocas horas de expedida. Tampoco se puede salir del paso (digo, dignamente) con la excusa analógica de que entonces también tendrían que desaparecer ciertas publicidades de una conocida marca de pañales desechables. No se trata de eso. Se trata de actuar siempre con la consecuencia por delante, de sostener con las propias acciones la ética que justamente se ha defendido.

Y está también la desaprensiva cita de la Presidenta de la Asamblea. Aquella copla de la Guerra Civil Española reeditada por el grupo Quilapayún tenía una validez cierta en otro contexto, en otra época y en una guerra algo más seria y grave que la guerra mediática en que vivimos en el Ecuador.

Tampoco se trata de hacer drama ni de negar todo lo que en estos años de gobierno se ha avanzado en materia de legislación sobre el respeto en los medios, ni de ponerse a hilar demasiado fino. Se trata de jugar limpio, de manejarse en el escenario con pulcritud, y si nos ponemos a reflexionar desde la táctica, de no darle argumentos al enemigo, por el bien de la misma Revolución Ciudadana. Cuando se vive en un medio informativo tan carroñero como el que sufrimos, no es posible permitirse un solo desliz, ni siquiera de milímetros.

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