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El Telégrafo

¿Puede el norte aprender del sur?

08 de noviembre de 2013

Va el presidente Correa a Francia. Al menos hoy en el mundo el Ecuador es noticia, y los países del sur tenemos un lugar en la agenda planetaria. Sin embargo, los medios periodísticos del capitalismo desarrollado deforman nuestra imagen y nos presentan como pintorescos y exóticos, en el menos malo de los casos; en los demás, como países autoritarios con lugar para la demagogia y los procesos poco democráticos.

Hace un par de semanas, en un seminario en Belo Horizonte (Brasil), pude polemizar con colegas europeos al respecto. El prejuicio sobre Latinoamérica predomina, quizá no en toda la academia, pero sí en la enorme mayoría de la opinión pública y en los mensajes mediáticos del norte. Seríamos países “poco maduros para la democracia”, entendida como un conjunto de formalidades dentro de las cuales la ciudadanización de los excluidos nada importa, y donde el predominio anónimo del mercado por sobre las decisiones de los gobiernos, que debieran ser soberanas, no es advertido en su condición genuinamente antidemocrática, plenamente vigente en los países del capitalismo del norte.

En España no se juzgaron los crímenes de la dictadura franquista, en Argentina están presos todos los principales responsables de la represión ilegal de la última dictadura. En Venezuela, el Gobierno bolivariano tuvo que sufrir la posibilidad de dejar el ejercicio del poder porque fue llamado a una revocatoria de mandato cuya vigencia fue incluida por la Revolución Bolivariana, la que sus adversarios jamás admitieron en sus gobiernos, y que no existe en Europa. En Ecuador están declarados constitucionalmente los “derechos de la naturaleza”, queremos saber dónde hay algo parecido en el capitalismo del norte. Bolivia es un Estado plurinacional y pluriétnico con rango constitucional, veamos en cuántos casos existe una condición parecida en el norte.

En muchos aspectos, la actual Latinoamérica es más democrática que el capitalismo avanzado, pero este no se da por enterado. Sigue creyendo que su esquema es el único posible, nos sigue juzgando eurocéntricamente, según sus propios parámetros, y ello le impide asimilar cualquier enseñanza desde los países pobres del sur.

No advierten, entonces, que una economía expansionista podría salvar de la crisis a Europa, en vez de seguir con el infinito ajuste que destruye la macroeconomía, pero sobre todo lanza a la calle y al desamparo por millones a los habitantes más vulnerables. Gente sin techo y sin trabajo es lo que la Europa de hoy hace abundante. Ojalá una pizca de humildad lleve a los dirigentes políticos y líderes de opinión a escuchar algo de Latinoamérica: el sano orgullo para rechazar el espionaje de la potencia del norte y una política que salga del achique constante son dos aspectos en los que Europa podría (y debiera) tomar nota y aprender.

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