Publicidad

Ecuador, 24 de Septiembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo

Pude no haber nacido

06 de septiembre de 2012

Hay cosas sobre las cuales las personas discuten y quieren legislar, pero que nunca se toman en cuenta el derecho a la vida del directamente involucrado o posible víctima, como en el caso al que me voy a referir. Hoy quiero hacer una reflexión sobre la vida a un país que viaja por el mundo con el eslogan de “Ecuador ama la vida”.

Se trata del aborto eugenésico sobre el cual se delibera con relativa frecuencia y sobre el que mi posición se aleja de la interminable ética discursiva, así como de argumentaciones religiosas, no porque no sean respetables sino porque tengo una experiencia de vida que hace que cuando oigo o leo del tema, siempre regrese a mi punto de partida: Mi realidad personal, nací, como ya se los he comentado antes, sin una pierna y ante tanto análisis siempre me pregunto sobre la base de qué criterio humano se mide el derecho a una mejor vida que otra.

Si cuando yo estaba en el vientre de mi madre hubieran sucedido cosas como que mi madre no resultara el ser tan maravilloso que me tocó en suerte, si en los años  sesenta hubieran existido los métodos de diagnóstico tan sofisticados que ofrece hoy la medicina moderna y si, para completar, la ley de entonces hubiera privilegiado los derechos y circunstancias de la madre por encima de los míos avalando el aborto, posiblemente yo no estaría contando este cuento.

Y es que por esas épocas estábamos en gestación un grupo de bebés con malformaciones congénitas, algunas gravísimas, producto de los efectos teratogénicos de una droga llamada Talidomida, cuyas vidas habrían podido ser interrumpidas de “un plumazo” y amparándose no solo en la ley sino en algo difícil de aceptar públicamente, que es el trasfondo etimológico que tiene la teratogénesis, que proviene del griego antiguo que significa “monstruo” y que se refiere a los efectos que ciertos agentes pueden producir causando malformaciones al feto o al embrión. Por cierto que, leyendo, me he enterado de que hay drogas, como la cocaína y el alcohol, que eventualmente pueden causarlos también.

Aunque no se trata solo de quienes sufrimos algún tipo de malformación sino -además- de unos padres cuyas vidas giran en torno a sus hijos con alguna condición de discapacidad, que tienen que luchar emocional, física y económicamente, a veces sin apoyo suficiente, francamente nunca se me ha ocurrido pensar que hubiera preferido no nacer antes que no tener una pierna y, a pesar de los obstáculos que hay que vencer, amo la vida.

Por todo lo que he compartido, no puedo dejar de reconocer mi decepción y frustración cuando encuentro personas que en su legítimo derecho a decidir defienden la vida de los animales y están de acuerdo con el aborto. Hoy quiero alzar mi voz  por los que no la tienen y pudiesen venir al mundo con alguna malformación congénita.
Soy Carlos Rabascall Salazar y soy pro vida.

Contenido externo patrocinado