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El Telégrafo

Proporcionalidad democrática

01 de marzo de 2013

Alianza PAIS ganó rotundamente las últimas elecciones ecuatorianas. Tuvo amplia ventaja, incluso sobre todas las demás agrupaciones políticas sumadas entre sí; es decir, no solo logró más de 30 puntos porcentuales de ventaja sobre quienes salieron segundos, sino que superó ampliamente a la -por demás heterogénea-  diversidad sumada de ofertas opositoras.

Lo insólito es escuchar algunas de las reacciones por parte de los perdidosos que -como cualquiera sabe- incluyen a la oposición mediática, que no va a elecciones pero apoya a cualquiera que esté contra un gobierno que afecta intereses hegemónicos. El resentimiento (tan bien explorado en su tiempo por la sutileza analítica de Nietzsche) los lleva a decir cosas como que estaría comprometido el equilibrio democrático, o que la situación lleva a una cierta falta de atención a las minorías.

Estos personeros parecen no saber matemática elemental. Si las diferentes agrupaciones hubieran obtenido, digamos, 14% de votos cada una por igual, democráticamente les correspondería una representación también igual. Pero si alguien tiene amplia mayoría de votos, le corresponde amplia mayoría democrática de representación. Eso es respetar la democracia; no apelar -solo cuando se pierde, claro- a que habría que traicionar la proporcionalidad, y dar más de lo que le corresponde al que carezca de apoyo popular.

Idealmente, sería plenamente democrático y pertinente que, si alguien sacara el 100% de los votos, le correspondería el 100% de la representación. Pretender subvertir esta condición en nombre de unos supuestos “derechos de las minorías” es atropellar la voluntad popular y buscar sobrerrepresentación propia usurpada, como paliativo a la impotencia para lograr suficiente apoyo electoral.

También es cuestión de pérdida de proporciones la absurda remisión a que gobiernos como el de Corrrea (o el de Cristina Fernández de Kirchner, o el de Chávez) serían algo así como “dictaduras”. Lo primero que extraña es que quienes lo dicen son los que históricamente han apoyado a verdaderas y reales dictaduras, los voceros de las derechas proempresariales y elitistas.

Pero además... los que hemos vivido dictaduras -como sucedió en la Argentina- sabemos bien que en dictadura hay miles de asesinados sin juicio, cientos de secuestrados, decenas de miles de expulsados del trabajo, intervención militarizada y total de todos los medios de comunicación (tanto estatales como privados), imposibilidad de decir nada sin censura previa y férrea vigilancia, periodistas perseguidos y asesinados, permanentes violaciones a los derechos humanos y de las más elementales garantías constitucionales.

Estamos a años luz de todo eso, en pleno goce de las libertades públicas y el ejercicio de derechos constitucionales. De tal manera, la torpe -realmente grotesca- acusación a las democracias más avanzadas del continente como si estas fueran “dictaduras” muestra que la proporción es lo que han perdido los personeros históricos de los regímenes elitistas y reaccionarios, habitualmente impuestos a nuestros países, y que hoy han sido felizmente desplazados.

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