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El Telégrafo

Proaño, referencia obligada

29 de agosto de 2012

Después de 24 años de su pascua -el 30 de agosto de 1988-, monseñor Leonidas Proaño aparece cada vez más en su talla gigante de profeta, tanto en la Iglesia como en la sociedad.

Sus intuiciones, afirmaciones y realizaciones pastorales, sociales y teológicas son estudiadas y retomadas en las grandes universidades de los diversos continentes y numerosos son los libros escritos sobre él. “Profeta de la Iglesia de los Pobres” y visionario de la “Sociedad del Bien Vivir y Convivir”, eso es monseñor Leonidas Proaño.

Él mismo decía que su universidad en ciencias sociales y religiosas había sido el pueblo sencillo e indígena. “¡Taita, era tiempo que vinieras!”, le dijo un indígena a los pocos días de su llegada como obispo en la diócesis de Chimborazo.

Decenas de miles de Comunidades Eclesiales de Base, regadas por todo el continente, lo reconocen como su pastor por realizar en su diócesis y alentar por todas partes esta Iglesia de los Pobres que soñaba el papa Juan 23. En cuanto a los indígenas, lo reconocen como aquel que les permitió levantar cabeza, retomar su voz, recobrar su dignidad y organizarse en uno de los movimientos indígenas más propositivos de las Américas.

Centenares de grupos de solidaridad en Europa, América del Norte, África y Asia se inspiran de su pastoral y se reclaman de su compromiso sociopolítico para una nueva sociedad. Más que nunca hoy la cosmovisión indígena abre caminos alternativos a un capitalismo cada vez más despiadado, tal como se expresa contra Grecia y España porque, ahora sí, “¡los lobos se comen entre sí!”.

Monseñor Proaño se celebra en todos los rincones del Ecuador, a pesar de los que lo quieren enterrar una y otra vez, porque su integridad molesta, sus denuncias siguen actuales, sus propuestas son esperanzadoras y su testimonio es indeleble. Para los que los quieren desaparecer, se cumple lo que decía Jesús: “Un profeta solo en su tierra es desconocido”.

Pero para una muchedumbre cada vez mayor se actualiza lo que escribía el Sirácides unos siglos antes de Jesús: “Hagamos un elogio de los hombres ilustres. El Señor les dio una bella gloria que es una parte de la gloria eterna… Si bien ellos dejaron un nombre y todavía se repiten sus alabanzas, otros cayeron en el olvido, desaparecieron como si nunca hubieran existido…”.

Proaño vive como referencia obligada para una Iglesia que se construye cada vez más fiel al Evangelio y para una sociedad cuyos pueblos postergados pasan a ser protagonistas de su transformación.

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