A vísperas de cerrarse el plazo para el registro de candidaturas presidenciales, realmente no sabemos cómo está la conexión de los ecuatorianos respecto de qué hacer el momento de sufragar. Usted y tantos millones estamos sin empleo y afectados por la crisis de la pandemia. Este momento se ha hecho crucial para que “votar” no signifique “botar” todo por la borda. El presente que hoy tenemos es producto de nuestra decisión de hace 3 años y medio; y aunque hablamos de fraude la noche del apagón en el CNE, nos preguntamos hoy si con la otra opción finalista hubieran pasado las cosas que hemos vivido.
Tenemos dos exmandatarios acusados por la Justicia; una justicia que ha actuado más holgada que antes –no lo deseable– sin una mano en Carondelet que la apriete a su antojo; tuvimos delatores clave que desnudaron los esquemas de corrupción desde el poder; tenemos una prensa que actúa también con más libertad (tampoco la deseable); tenemos acceso a derechos que estuvieron vedados, no porque hubiera movilizaciones sociales en contra, sino el dedo de una sola persona motivando a todo el aparataje estatal para bloquearlo, como fue el caso del matrimonio para parejas del mismo sexo. No sabemos si todo eso hubiera sido posible si la otra opción hubiera llegado a Carondelet.
Tres años y medio después, nos avocamos a saber si volveremos a repetir la historia. Y aunque la gobernabilidad ha sido compleja desde hace 40 años, los gobiernos también son responsabilidad de los electores. A principios de año, el Estudio Lapop, hecho por entidades como Participación Ciudadana y otros, reveló que los electores millennials marcarán un antes y después: desde el cómo hacer campaña y el qué cómo construir un nuevo discurso político.
Un gobernante 2.0, sin fobias sociales, una mujer (oportunidad que parece perdida nuevamente), pero sobre todo que deje de dividirnos. Que genere confianza para fomentar y mejorar el empleo, la productividad y obviamente, que sea HONESTO. (O)