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El Telégrafo

Prensa sin límites

01 de febrero de 2013

La fotografía falsa de Chávez entubado en la tapa del matutino El País ha puesto en el tapete varias cuestiones. Una, la de que no toda la prensa a la que suele asignarse prestigio actúa a la altura del mismo. Otra, la de que pueden violarse códigos básicos y elementales del periodismo sin mayores consecuencias, que no sean unas módicas declaraciones de disculpa que no convencen a nadie. Una más, que para algunos medios el chequeo de fuentes ha sido abandonado en pro de dudosas consideraciones acerca de primicias e impactos.

Pero hay algo más que no se dice: si el caso de enfermedad hubiera sido, por ej., el del presidente de un gobierno afín a la ideología del diario español, ¿habríamos tenido que encontrarnos con ese subterfugio periodístico? Tenemos derecho a sospechar que no. Hay derecho a entender que el enorme “error” es solo una continuidad de la línea editorial por vía de otras herramientas. Si se advierte el modo despectivo en que allí se ha tratado al presidente Chávez y a todos los presidentes democráticos y populares latinoamericanos que se enfrentan a la economía de libre mercado, se entiende que la fotografía cristaliza el deseo inconfesado de quienes allí la pusieron.

Se está llegando demasiado lejos, violando sistemáticamente la diferencia que debiera existir entre información y opinión. En muchos medios privados se advierte hoy, también en buena parte de Latinoamérica, que la información está totalmente sesgada por la opinión. Se informa con adjetivos y valoraciones, se da lugar fuerte a las informaciones problemáticas, y débil a aquellas que resulten positivas. Se manipula abiertamente  la información desde la opinión, aunque -paradójicamente- se pretende no tener opinión propia, se insiste en presentarse como “plurales, neutrales, objetivos”.

Estos niveles de distorsión hallaron su cúspide en la ominosa fotografía del diario español. Ojalá sirva de algo, porque apenas puede creerse el desapego que a menudo se muestra hacia las más elementales reglas del periodismo, del chequeo de fuentes, de la exigencia de credibilidad, de la búsqueda de ecuanimidad y veracidad informativa, cualquiera sea la opinión que se tenga. Señalo un caso más, para advertir hasta dónde se ha llegado: hace unos días un canal de TV argentino, reconocido por su oposicionismo acérrimo, propaló una noticia alarmante sobre un asesinato.

Obviamente, se trata de casos que preocupan a la población. Alguien se dio cuenta de que la noticia correspondía a un crimen ocurrido en el remoto año 2007, y acusó públicamente al canal de TV por su mendacidad. Desde el canal se hizo luego una aislada y débil disculpa, como si semejante “error” hubiera sido posible de hacer sin dolo, sin mala intención.

El crimen era de hace cinco o seis años atrás, y se lo había presentado como ocurrido actualmente. Absolutamente increíble, ¿verdad? Esos son los límites a que ha llegado una prensa que -en el colmo de la hipocresía- gusta de autotitularse “independiente”.

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