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El Telégrafo

Prensa privada y sus mentiras

29 de junio de 2013

La palabra es comunicación de ideas y principios. Difunde la verdad y también la mentira. No solo el periodista, sino el hombre y la mujer, en general, según su sensibilidad y escala de valores, proclaman el bien y desechan lo perjudicial para la sociedad. La palabra, de su buen uso, ayuda a fomentar la paz y la convivencia. Si el vocablo es falso, se convierte en instrumento para promover el odio, la calumnia y la corrupción. El ser humano, especialmente el comunicador, por su función, debe expresarse con transparencia y sin ofender en todas sus actividades. Es indispensable discutir con la verdad, reflexión y argumentos para lograr el convencimiento ciudadano. Al exhibir como recurso la mentira, el comunicador se arriesga a caer en la más escandalosa ridiculez.

Por allí se exhibe un artículo, al parecer redactado en una taberna, cuyo autor dice: “La única ley que impera es aquella que sale de la boca del excelentísimo señor Presidente de la República”. El iracundo analista se olvida de que la Ley de Comunicación se ha debatido por más de 4 años con la participación de gremios, periodistas y en la Asamblea. Observen lo que agrega: “La ley se dicta desde el palacio por un experto dictador del verbo agudo, mordaz, ágil y versátil”. La Ley de Medios, ya rige y con seguridad, el criticón seguirá con sus alucinaciones, libre y sin censura previa. Es aconsejable no apresurarse en la estructura de los mensajes informativos y artículos de opinión, porque podría incurrirse en desatinos con su correspondiente ajuste de cuentas.

Los medios comerciales, prensa, radio y televisión, destacan en la campaña  desatada, como su verdad, de que “todo el mundo está contra la Ley de Comunicación”. Hay que enseñarles a quienes aún se creen dueños de la opinión pública, que con las palabras no se juega, ni se escandaliza, ni se engaña, para evitar la burla de la ciudadanía. Hay columnistas que consideran que el camino más propicio para adquirir fama o notoriedad es manejar con elegancia la mentira y la injuria como forma de adular a sus empresarios. Pero se acabó esa postura. No hay censura previa, pero sí responsabilidad ulterior. El periodista modelo de rectitud, sencillo, veraz y buscador de lo cierto para el análisis de los problemas del país y planteamientos a posibles soluciones, merece el más efusivo reconocimiento.

Sí hay periodistas honestos, pero a los rufianes les recordamos el credo: “Sé decente, justo, generoso; si puedes  evitarlo, no arrojes ignominias sobre una persona inocente”. La nueva Ley de Comunicación acabará con el periodismo saturado de noticias cercenadas e injurias por opinión.

Se especula que la ley es con dedicatoria. Al respecto el sociólogo Hernán Reyes Aguinaga sostiene “En la ley no se privilegia a ningún sector en especial, aunque se protege y salvaguarda al periodista, al comunicador que trabaja en los medios; es decir, se privilegia al hombre y a la mujer comunes, de a pie, de la calle, los que todos los días actuamos como audiencias, como consumidores”.

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