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El Telégrafo
 Pablo Salgado, escritor y periodista

Por un país que lea, no solo que consuma

10 de octubre de 2014

Apostarle a la gestión cultural es, en Ecuador y en muchos países del mundo, una ‘acción kamikaze’, como diría Ana Cristina Franco. Y más aún a la gestión editorial, pues se dice que en nuestro país hay más escritores que lectores. Y desde el Estado, en la última década, no se han generado políticas que permitan el fomento al sector editorial.

Lo cierto es que, plenamente conscientes de las dificultades y sabiendo que iríamos a contracorriente, decidimos crear una editorial independiente, 5ª Avenida Editores. Y lo hacemos como una iniciativa que nos permitirá también desarrollar actividades para el fomento de la lectura. Pero creemos que el proyecto editorial, para cumplir sus objetivos, debe ser sostenible. Y debe, sobre todo, privilegiar al autor y al lector.

En el caso del sector editorial, es el mercado el que ha impuesto los mecanismos para su funcionamiento. Los porcentajes a repartirse son leoninos, pues el perjudicado es el autor y el editor. Así por ejemplo, el distribuidor obtiene el 50% del precio de venta al público (pvp); el librero obtiene entre el 35% y el 40% del pvp; y por tanto, queda apenas entre un 10% y 15% para el autor y el editor. Obviamente, con estos porcentajes, todo proyecto editorial será insostenible. Más aún si tomamos en cuenta que el retorno, de ese mínimo porcentaje, es escaso y lento. No olvidemos que, en Ecuador, una edición de apenas 500 ejemplares tarda, cuando es un éxito, al menos un año en agotarse.   

Esto puede explicar el porqué no tenemos editoriales sólidas y que cumplan a cabalidad con su rol y se limiten a ‘cobrar’ al autor para publicarle, en lugar de pagarle, como corresponde. De ahí que han surgido pequeñas editoriales independientes que, con tirajes también pequeños, satisfacen las necesidades de publicar de los autores, en especial jóvenes. O simplemente el autor decide autopublicarse y hacer de editor, distribuidor, promotor y hasta de librero vendedor.

Sabemos que uno de los puntos más angustiosos en el país es la falta de circuitos de distribución y circulación de objetos culturales. Y el Estado nada ha hecho para superar esta gran debilidad en la ‘cadena de valor’ del sector cultural. Es por esto que a ciertas editoriales no les queda más que conseguirse profesores amigos que ‘obliguen’ a comprar a sus alumnos esos libros. Y así tenemos que nuestros estudiantes terminan leyendo, en muchos casos, verdaderos bodrios que en lugar de fomentar la lectura la aniquila para siempre.   

El caso de los libreros es patético, al menos de las grandes librerías, pues maltratan y desprecian al libro nacional; no los adquieren, solo los reciben a consignación y máximo ocho (8) libros.  Por todo esto, es necesario que el Estado, del mismo modo que fomenta al cine nacional -lo cual está muy bien- también debe fomentar otros sectores de la cultura, como el editorial, por ejemplo.

Pero sobre todo debe entender que, así como incentiva e impulsa el desarrollo de múltiples sectores productivos, entienda que el sector cultural merece también incentivos y normas para su desarrollo. Es más, debe entender que, si transitamos hacia un país del conocimiento, es necesario contar con un sector editorial fuerte y sólido. Y además debe entender que, para un cambio de matriz productiva exitoso, se necesita un país que investigue, que escriba y que lea, no solamente que consuma.

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