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El Telégrafo

¿Por qué mis ideas son mejores que las tuyas?

28 de junio de 2012

No es oficial, pero para varios precandidatos presidenciales la competencia electoral ya empezó. Y la inician normalmente con una tenaz oposición a todo aquello que ha funcionado bien en este gobierno, sin presentar por su lado ninguna idea  ni proyecto nuevos.

Tomemos por ejemplo la propuesta del presidente Correa para generar acciones financieras que eviten al consumidor gastar sus salarios inmediatamente después de recibirlos y aun comprometer sus ingresos futuros, olvidándose del costo de oportunidad del dinero que aconseja ahorrar ahora para gastarlo después. Ninguno estuvo dispuesto a escucharlo. Ni siquiera los banqueros “presidenciables”. Más bien le acusaron de precisamente hacer lo contrario con el erario nacional.

Hace muchos años, Mark Twain escribió un ensayo sobre “Algunas estupideces nacionales” donde comentaba acerca  del uso de las inmensas cocinas a leña de fabricación americana del siglo XIX que necesitaban numerosas  personas para mantenerlas funcionando; mientras los alemanes disfrutaban de una hermosa cocina de porcelana blanca que hasta la fecha es un monumento a una buena cocina de leña y probablemente es la más conveniente y económica que jamás se haya inventado.

¿Por qué los americanos no aceptaron este buen invento alemán de uso diario? Simplemente porque no fue su invento. Así como los banqueros no generaron la idea de que la sostenibilidad del crédito y de sus negocios depende de la manera como ahora se gasta y, por supuesto, están reacios a aceptarla.

Dan Ariely dedica un completo estudio a este curioso fenómeno en su libro “El otro lado de la irracionalidad”. En los negocios, las ideas ajenas -especialmente de los subordinados- son normalmente ignoradas por los jefes  para que luego ellos se las apropien como su única vía para poder utilizar en su beneficio, una buena idea que no es suya.

En los “presidenciables” el rechazo a buenas ideas que no han sido por ellos generadas y con más énfasis si son del Gobierno, les obliga precisamente a que conciban propuestas que sean alternativas aceptables. O en su defecto,  tener la humildad suficiente de aceptar las ideas ajenas que funcionan.

Y lamentablemente este rechazo a ideas y formas de trabajar que no son nuestras nos ha transformado en una comunidad con muy bajo emprendimiento. Es muy difícil “aprender haciendo” como podría traducirse el común argot  industrial inglés “on the job training”. Es lento y costoso y muchas veces aprendemos muy poco de lo que realmente debemos hacer.

Tanto los empresarios en los negocios, como los políticos para gobernar, deben generar sus propias ideas, que es muy natural en los líderes, pero muy especialmente analizar las ideas que ya existen y son exitosas y adoptarlas como propias.

Miren el desgaste de energía y recursos que demanda implementar ideas propias cuando existen alternativas exitosas. Y el agotamiento de varios “presidenciables” que critican en forma arrogante y destructiva la gestión del gobierno de la Revolución Ciudadana, únicamente “porque mis ideas son mejores que las tuyas”, así yo no tenga ninguna idea.

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