La Navidad es motivo, más aparente que real, para ocuparse de los niños y niñas agasajándolos con festejos y obsequios. El carácter mercantilista que, cada vez con mayor énfasis, envuelve toda actividad social, cubre esta tradicional celebración que tenía antes un mayor sentido familiar. La inocencia infantil es aprovechada por el comercio a fin de suscitar una creciente demanda que permite obtener pingües ingresos.
Pero no todos los niños recibirán atenciones en estas fechas. De los millones de personas que pasan hambre en el mundo, un elevado porcentaje está constituido por ellos, que son también las primeras víctimas en los múltiples frentes de batalla abiertos a nivel planetario. Los rostros de infantes africanos que se refugian en campamentos inhóspitos son una denuncia callada contra los autores de matanzas y crueldades extremas.
Los heridos por bombardeos o bombas claman desde las camas de los hospitales. Mientras los dueños del poder mundial que manejan la paz o la guerra nunca piensan en que gran parte de los que morirán por sus decisiones serán niños, iguales a sus hijos o nietos, aunque en realidad no lo son, porque las víctimas son generalmente los pobres, de quienes ellos están muy lejos.
Una sociedad desquiciada, en la cual se puede adquirir armas de fuego por Internet, propicia tragedias como la sucedida en Newtown, Connecticut. Lamentablemente no es la primera ni siquiera en el año. Frecuentemente se dan episodios como el que ha provocado la muerte de 20 niños y 8 adultos en una escuela, espacio donde los pequeños debieron compartir hasta el minuto fatal, risas, juegos y experiencias. Duele profundamente la noticia, que no será la última.
Para dar a todos los que nacen la oportunidad de una infancia feliz, el mundo debe cambiar. Hay que reemplazar esta organización social enferma en la cual prima el afán de hacer dinero por cualquier medio: vendiendo droga, armas o pornografía infantil, por otra que garantice el desarrollo desde el vientre materno; que proporcione alimentos adecuados y suficientes, vivienda, educación, salud y una familia amorosa que inculque valores humanos sólidos que trasmitirán a los niños del futuro.
Una nueva sociedad en la que se pueda vivir en paz y armonía con la naturaleza y con los semejantes de cualquier latitud, raza o creencia religiosa; que tenga la felicidad como meta; el “buen vivir”, en suma. Rosa Luxemburgo dijo “Socialismo o barbarie”. Es vital superar la barbarie.