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El Telégrafo

Poner orden en el fútbol

17 de julio de 2012

No hay condiciones en Europa para la fiesta, sin embargo en el escenario del fútbol, ese que la irrupción de la televisión lo sobrevaloró, hay gente como despistada, en realidad indolente, que no se da abasto para la farra. Cristiano Ronaldo, la superestrella portuguesa, acaba de inaugurar en su tierra una discoteca que -no podía ser de otra manera- se llama “Seven”.

El fútbol, solo como negocio, da para esta y peores aberraciones. Acá hemos debido soportar una absurda amenaza, de la que ahora nadie se hace cargo, solo porque a los señores del fútbol, esos que nunca saltaron a una cancha, se les ha debido llamar al orden. Tanto tiempo haciendo lo que les viene en gana, maltratando a la gente, 6 o 5 horas antes de cada partido para tratar se hacerse con un puesto en un estadio repleto, sobrevendido, sin seguridades.

Y cuando se les dice que ya no pueden seguir abusando, salen con su amenaza: nos llevamos los partidos a otro lado, como si fueran los dueños de la selección. Sí, lo dijo un segundón, pero a nadie le hemos oído una rectificación, han preferido callar y no parece por vergüenza sino estrategia, bajo ese penoso lema de que el tiempo todo lo tapa. No hacer olas, eso fue lo que permitió el retorno de un señor que se vio envuelto en un oscuro negocio de visas.
Parece poca cosa, y no lo es, porque el fútbol importa, sabiendo que nada cambia en nuestra cotidianidad, a la mayoría de este planeta.

Ese bastión de la intelectualidad que tendía a menospreciarlo va abandonando la disidencia, seducida por su plasticidad, por los arrebatos inmediatos que le son tan suyos. El fútbol es colectivo, por eso Ronaldo, el insufrible, como el tutor Mourinho, son una especie de accidente, quizá inevitable por la cuestión del contraste. El pase entre líneas, el dominio de la cancha, el cambio de frente inesperado, la genialidad, sí originariamente individual, al servicio del conjunto, lo hacen único, normalmente una fiesta, con las excepciones trágicas que debemos tender a erradicar.

Hace rato que hemos escuchado, lo dice la grada, como las voces del ágora, que ya basta, que debemos exigir cuentas. Ya estuvo suave, las dos clasificaciones a un mundial no justifican cualquier cosa, tanto tiempo en ese espacio de poder les ha restado trasparencia y muchos medios, con sus rostros más visibles, le han venido haciendo el juego a “Luchito”. Ya basta dice la grada, que es como la voz del pueblo; y está bien que el Municipio de Quito haya recogido este clamor. La fiesta del fútbol no debe ser cínica ni indolente, el alma popular la repleta de sentidos.

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