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El Telégrafo

Política exterior liberadora

09 de noviembre de 2012

En  nuestra América -y seguramente en el resto del planeta menesteroso- en la década de los años noventa del siglo pasado, se incentivó rabiosamente y se vendió sin ningún rubor el pensamiento de la globalización capitalista como la panacea que solucionaría  todos los problemas de la miseria, la ignorancia, el desempleo y la inseguridad, entre otras urgencias del subdesarrollo.

La estrategia del capitalismo global, cual espejismo que onnubilaba en los inicios del nuevo milenio las mentes y las billeteras de las clases dominantes, sostenía la urgencia de una arquitectura de interacción tanto en lo económico- financiero como en lo social y cultural en una especie de Estado transnacional que en gran medida produjera la desaparición de las economías locales y regionales y hasta la limitación y debilitamiento de los gobiernos y la sustitución del propio régimen republicano.

La pretensión neoliberal, amparada en la falacia de las ideas del “fin de la historia”, de construir  una organización supranacional cuyos designios fueran obedecidos por todos, la “porfiada realidad” la dejó sin asidero y en la actualidad ha sufrido, por lo menos en América Latina, un traspié monumental. El mercado convertido por los ideólogos  globalizadores en un instrumento de racionalización de los hechos económicos y políticos que posibilitara la consumación de los fines perversos de dominación del gran capital sobre pueblos y países ha sido desenmascarado como forma de manipulación; y es que, desde mi conocimiento  de lego en la materia, se lo disfrazó malignamente y no fue considerado como un elemento fundamental de la economía, ya que él es una esfera de intercambio que posibilita el establecimiento de negociación entre mercancías y servicios ofertados por las naciones, regulado por la ley de la oferta y la demanda; además, por los convenios bajo la ley internacional, y desde luego no el fetiche al que rinden pleitesía banqueros y agiotistas con imaginación y algunos “analistas” sin principios.

El mundo latinoamericano, y el Ecuador inserto en él, ha emprendido la tarea vital y patriótica de gobernarse democráticamente y tener en sus manos la marcha del desarrollo preservando la independencia nacional y la autodeterminación. El gobierno del presidente Correa, desde el año 2007, inició un vuelco histórico en sus relaciones internacionales, enfrentando con inteligencia y coraje la entelequia globalizadora, que no es otra cosa que la mundialización neoliberal para fortalecer el neocolonialismo, instrumentos políticos de dominación de los imperios de siempre.

En este proceso la cancillería ecuatoriana ha sido un valioso y relevante organismo gubernamental, que ha dirigido y proyectado los objetivos y acciones de un proyecto social y político fundamental, que conjugando y consolidando los valores, objetivos y la convicción de una patria que se sitúa y se reposiciona con conciencia  profundamente humanista y latinoamericana en todo el orbe -respetando al máximo los más altos postulados nacionales- es capaz de manejar con eficacia y eficiencia las dimensiones y contingencias geopolíticas del nuevo orden mundial, con todas sus instancias de cooperación, asimetrías ideológicas, intercambio comercial equitativo y las relaciones exteriores con la mayoría de los países de la Tierra, sin sumisiones vergonzantes, como sucedió algunas veces en el pasado.

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