Es una realidad indiscutible e incontrastable que existe en el mundo un “poder mediático” o fáctico (de hecho, no de razón), que se ha ido acumulando en cada país, en cada región, en cada continente, hasta llegar a convertirse en un poder “infinito”. Ilimitado, incontrolable, al margen de toda ley.
En el siglo pasado, cuando se empezó a sentir el peso de ese poder mediático, se comenzó a hablar de “la gran prensa” para identificarlo y las fuerzas sociales desarrollaron el intelecto para idear algunas formas de acción para contrarrestar ese inmenso poder que llegó hasta a poner y sacar gobernantes: surgieron como contrapeso los medios públicos.
Después de que triunfa la Revolución Cubana, donde los fácticos pierden el control de manipulación, en cuanto Chile se convierte en un nuevo centro de pánico por el posible contagio cubano con la llegada al poder de Allende por la vía electoral, esos poderes se convierten en los promotores del para ellos exitoso “pinochetazo” que desbarató todos los derechos humanos.
El juicio que instauró por calumnia, lesión a la honra y difamación el presidente Correa contra El Universo y su editor Palacio, es un desafío que, según ellos, atenta contra la “libertad de expresión”, seudónimo que utilizan los “dueños absolutos y únicos de la verdad”.
Según el lenguaje utilizado a escala internacional por ese poder, es una audacia, una temeridad, una insolencia intolerable que el Presidente de un paisito como Ecuador se atreva a desafiarlos.
El poder de ellos es infinito y pueden movilizar las fuerzas menos pensadas, con una celeridad inconcebible, por la presión de la pirámide en cuya cúspide actúa el titiritero que pretende ejercer la autoridad universal.
Han presionado a nivel hispanoamericano la publicación del artículo de Palacio para que los lectores “vayan viendo” hasta dónde llega su desprecio a los demás y que su influencia está por sobre todo el planeta.
Así se explica su tenaz oposición a que exista una ley que regule el monopolio de su verdad: “la mejor ley es la que no existe”.
Por eso es extraordinario, único y positivo que el Presidente haya tenido el coraje de romper el miedo al poder infinito y haya tenido la entereza de entablar un juicio.
Aceptar la agresión permanente del poder mediático significa someterse a los designios perversos de los usufructuarios de la dominación financiera.
Los pueblos de América reconocerán esta batalla ecuatoriana para poner una interrogante a ese poder: ¿infinito?