Publicidad

Ecuador, 01 de Octubre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Felipe Rodríguez

Crisis penitenciaria para ciegos

03 de junio de 2019

Sin ánimo de ofender, debo utilizar la palabra ternura. Sí, ternura produce ver que el Gobierno piense que la crisis penitenciaria que vive el país es un tema actual. No estimados, se trata de una crisis social histórica, repito, histórica.

¿Creen ustedes que las cárceles están llenas de criminales? No. Las cárceles están repletas de quienes no pudieron pagar un buen abogado. Sí, también están los que llegan de inocentes. Porque sí, el sistema arrasa con los de poncho, con esos seres que viven la estrechez de la pobreza crítica y la marginación social, para quienes los Derechos Humanos, por su sola virtualidad, resultan metafísicos o cosmogónicos. ¿Quieren hablar de crisis? Entonces empiecen por donde se empieza: por el origen. El cumplimiento de la pena es la consecuencia, pero no es la causa. No comprender algo tan sencillo acarrea que se persigan sombras en la noche.

Por otro lado, la pena no puede rehabilitar a quien no necesita y tampoco a quien no tiene nada que perder. Es impensable que alguien defienda que un reo, privado de la libertad por 25 años, aislado de la sociedad libre, viviendo en una subcultura de violencia, ajeno a los avances culturales, políticos y tecnológicos, es capaz de volver campantemente luego de tantos años y reinsertarse pacíficamente en una sociedad que le es ajena. ¿Y qué si nunca perteneció a la sociedad a la que se lo pretende reinsertar? ¿Y qué si quieres hablarle a alguien que habla otro idioma? ¿Y qué si quieres gritarle a quien no puede escucharte? ¿Y qué si ya perdió la humanidad?

Hago un llamado a mis colegas de más edad, aquellos que ya litigaban, por ejemplo, en los años sesenta (porque a Cicerón o a Catón ya no puedo invocar), quienes podrán ratificar que pese al transcurso del tiempo, si visitan una cárcel nuevamente, se encontrarán los mismos rostros, miradas perdidas, la forma cansina y arrastrada de andar, de dirigir sus indecisos mensajes, mismos dichos, expresiones faciales, sonrisas de tristeza, torsos desnudos, tatuajes verdosos, casi siempre mismo color de piel, forma de vestir y llevar los pantalones y también los mismos delitos. Nada ha cambiado, son los mismos de siempre o sus descendientes los que llenan las cárceles tal cual si de una condena genética se tratase. Las cárceles siguen llenas de pobres y de tontos, pues los de cuello blanco, los que los encerraron, caminan campantemente entre nosotros. (O)

Contenido externo patrocinado