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El Telégrafo

“Peachedefilia”

05 de abril de 2013

En un interesante texto publicado en El Telégrafo, Guillaume Long, presidente del CEAACES, ha introducido el curioso término “peachedefobia”. Neologismo que denota, en resumen y a riesgo de ser inexacto, una patología que padecemos quienes nos oponemos a la “peachedización” de la universidad ecuatoriana, utilizando pseudo-argumentos que esconden,  en realidad, la “defensa de intereses gremiales de profesores con bajos niveles de formación o de edad avanzada, pero reacios a acogerse a la jubilación”.

Si bien puede existir algo de verdad en las aseveraciones de Guillaume, como en cualquier afirmación humana, también hay varias omisiones que vale la pena, por lo menos, apuntarlas.

Que la institución “universidad” sea una  imposición colonial europea es un hecho histórico y no elemento de un “discurso chauvinista”. Pero, así como la cerveza y el fútbol –no refiero nada sobre los antibióticos- adquirieron sus gambetas y sabores en este lugar del planeta, del mismo modo la universidad está -y no debería dejar de estarlo- permeada por las variopintas culturas latinoamericanas.

Por eso, lo que criticamos es únicamente el intento de transformar nuestra universidad bajo supuestos ajenos a nuestra cultura, nada más. Me explico: no se trata de impedir, bloquear u obstaculizar los buenos deseos que el Gobierno ecuatoriano tiene por mejorar la educación superior en el país, sino simplemente de sugerir que esos mejoramientos se los haga considerando las particularidades y requerimientos de nuestra sociedad.

Quienes hemos transitado ya algún tiempo en la academia, como estudiantes y docentes, a los dos lados del Atlántico, somos muy conscientes de que las diferencias, a veces insalvables, entre las universidades de aquí y de allá, no tienen que ver con la tozudez o afabilidad de los docentes, ni con la competencia e incompetencia de los funcionarios públicos encargados de regular la educación superior, sino con condiciones culturales, sociales y económicas absolutamente distintas a los dos lados del océano.

Si la transferencia y la producción de conocimiento tienen algo que ver con la dinámica universitaria, según afirma Guillaume, responden sobremanera a requerimientos de la reproducción económica mundial y, no tanto, a la buena voluntad de funcionarios de gobierno o a la “licencialidad” de los profesores universitarios. Hay que reparar, por ejemplo, en la cantidad de recursos que se destinan a la investigación universitaria, en la fuerte vinculación entre industria y educación superior, etc., para tener mejores argumentos respecto al modelo universitario que queremos –o quieren- construir. Si los recursos económicos con que cuentan las universidades de aquí y de allá fuesen idénticos, para apuntar una entre muchas variables, entonces las objeciones realizadas por Guillaume serían aceptables, de lo contrario, ¡no!

La universidad ecuatoriana deberá mejorar, es obvio, pero no abstrayéndose de la sociedad en la que se encuentra inscrita, no y jamás como resultado de una absurda “peachede e isofilia”.

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